El pasado 19 de agosto se cumplieron 32 años de la muerte de Groucho Marx. Olvidado por muchos, éste comediante americano-judío-alemán, además de legar a la historia del cine más de 20 largometrajes, será recordado por algunas de las frases más ingeniosas del mundo del celuloide. Al igual que genios del humor como los Monty Python o Woody Allen (quienes de seguro le estarán en deuda) los hermanos Marx, especialmente Groucho, diseccionaron la sociedad de su tiempo de la manera más graciosa posible, desnudando sus miserias con el despliegue de gags memorables y sátiras del mundo político.
Dos de sus frases siempre me vienen a la mente cuando, como hoy, las elecciones se acercan. Junto a estas retorna la imagen del Bestiario que en nuestro país define la suerte de los muchos y la manera artificiosa como, la mayoría de las veces, acaba por decir lo que no piensa y haciendo lo que desde siempre afirmo repudiar.
La primera de sus frases nos acerca a lo evidente. Para Groucho “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Nada más cercano a nuestra cotidianidad. Basta con abrir un periódico cualquiera y confrontar las acciones de algún gobernante, los discursos que las justifican y el soporte programático en el cual se apoyan para evidenciar la dislocación entre las necesidades socialmente relevantes, la manera como dicen serán solventadas y las acciones orientadas al logro de dicho propósito.
Samuel Moreno es un reconocido artista en la materia. Encontró que la movilidad era el problema más sentido de los bogotanos; diagnosticó que la solución era el metro; y finalmente, decidió que en la vía más congestionada de la ciudad, como lo es carrera séptima, el mejor remedio era la construcción del Transmilenio.
La segunda de sus frases remite a la entidad de los políticos y la forma “dinámica” como entienden su quehacer. En un corto dialogo Groucho asegura a su interlocutor que “el secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido”. Nada nuevo. Bien nos recuerda Balandier que “el príncipe debe comportarse como un actor político si quiere conquistar y conservar su poder. Su imagen, las apariencias que provoca, pueden entonces corresponder a lo que los súbditos desean hallar en él”. Esto aplica para todas las épocas y todos los príncipes. Sin embargo hoy, cuando el poder de la representación política se apoya cada vez más en la representación mediática del poder, el simulacro se extiende y reproduce especímenes camaleónicos que a pasar de sus inconsistencias, impudicias y desatinos, se reconstruyen una y otra vez.
Las frases de Groucho han sido formas de dimensionar en sus justas proporciones a quienes detentaron el poder y permiten desenmascarar el batiburrillo de infundios y elefantes blancos que los líderes se proponen vender como la solución final. Por más que los políticos (y no hablo únicamente de los nuestros) se empeñen en tomarse demasiado en serio o simular algo semejante, el cinismo que acompaña la mayoría de sus discursos y sus actos no permite tomarlos de la misma manera.
Podría decirse que Groucho Marx, Jaime Garzón o cualquiera de los insolentes que se burlaron de la autoridad, sus artificios retóricos y sus rituales simulados, tendrán siempre un lugar de honor en el pedestal de la democracia. Esto porque aun cuando la decencia y la política no son términos complementarios, ni la veracidad un atributo distintivo del quehacer político, no está de más recordarnos a nosotros mismos, en condición de ciudadanos, que la mentira no tiene porque ser una herramienta legitimada para el ejercicio de la acción pública, ni las ideas que sustentan esas acciones simples slogans de campaña que, una vez terminada, pueden ser substituidos a condición de renovar la permanencia en el poder.
Bogotá, 25 de agosto de 2009