Nadie duda que muchos de los cambios culturales y económicos de los últimos treinta años se deben al desarrollo de las telecomunicaciones y las nuevas tecnologías. Dispositivos que en 1970 eran producto de la más delirante ciencia ficción, hoy son definitorios de nuestras formas de vida.
De la misma manera, ninguno de nosotros hubiera imaginado jamás que, por ejemplo, un aparato tan común como un teléfono celular nos abriera la posibilidad de conocer un mundo cotidiano desconocido que, de otro modo, permanecería en la penumbra. La fascinación por la imagen y por la intromisión en las vidas de los otros, tan propia de los seres humanos, ha permitido conocer de primera mano algunas de las noticias más impactantes de nuestros días, al brindarnos desde cualquier celular la posibilidad de conjugar sonido, imagen y movimiento en tiempo real. Este fenómeno es quizá el que nos acerca de manera más concreta a la tan mentada sociedad de la información.
Sin embargo, esto mismo podría llevarnos a pensar que nadie se encuentra a salvo de la mirada indiscreta de los otros y, que lamentablemente, los voyeristas de siempre deben estar de plácemes. Antes debían conformarse con un recuerdo vago del observado, mientras que hoy lo llevan en su celular. Este observar y sentirnos observados no se restringe únicamente a los ciudadanos del común, ya que nuestras ciudades se encuentran invadidas con cámaras que graban incesantemente nuestros pasos. Lo anterior, que parece una trivialidad, no es un hecho menor cuando hace menos de cuarenta años este arsenal tecnológico era un privilegio reservado a personajes tan reales como James Bond o parte de alguna pesadilla totalitaria como la descrita por George Orwell en su novela 1984.
El acceso a la anodina cotidianidad de cada uno de nosotros, que nos permitía sentirnos en el completo anonimato a pesar de vivir rodeados de millones de personas, la encontramos en lo que Deleuze llamara el paso de la Sociedad Disciplinaria a la Sociedad del Control. Este tránsito, que no sería otra cosa que una ampliación del disciplinamiento ciudadano más allá de las clásicas instituciones de control (la familia, la escuela, la fabrica) a través de formas no represivas del mismo, tendría como dispositivos centrales la vigilancia de las cámaras y el seguimiento electrónico.
Este nuevo poder omnisciente de los Estados desarrollados y de las grandes corporaciones frente a los indefensos ciudadanos, me trae a la mente la película La Red, una de las primeras de Sandra Bullock, que a mediados de los noventa nos puso los pelos de punta al mostrarnos los poderosos alcances de una nueva tecnología a la que en pocos años todos tendríamos acceso: la Internet.
Nadie duda que esta paranoia del control, tan común en los estertores del siglo XX, anticipó parte de los desarrollos actuales de nuestras sociedades. Reconocer con precisión los repercusiones de las nuevas tecnologías sobre el modelamiento de nuestras propias costumbres y la manera como los nuevos sujetos se relacionan con los poderes instituidos no es poca cosa. Sin embargo, estos profetas del desastre nunca imaginaron el potencial liberador de estas mismas tecnologías. Camarógrafos aficionados, mirones de oficio, internautas casuales, hackers, entre otros, han permitido a través de estas mismas “herramientas de control” potenciar el ejercicio de una ciudadanía activa que hace valer sus derechos frente a cualquier abuso. El efecto youtube emerge y nada parece contenerlo.
De esta manera la idea del panoptismo al aire libre característico de la Sociedad de Control se expande y logra su cometido. Los Estados vigilan y controlan a la distancia. Pero al mismo tiempo, los ciudadanos de hoy han encontrado los modos adecuados para defender su propia libertad.