viernes, 28 de mayo de 2010

VOYERISMO CÍVICO



Nadie duda que muchos de los cambios culturales y económicos de los últimos treinta años se deben al desarrollo de las telecomunicaciones y las nuevas tecnologías. Dispositivos que en 1970 eran producto de la más delirante ciencia ficción, hoy son definitorios de nuestras formas de vida.

De la misma manera, ninguno de nosotros hubiera imaginado jamás que, por ejemplo, un aparato tan común como un teléfono celular nos abriera la posibilidad de conocer un mundo cotidiano desconocido que, de otro modo, permanecería en la penumbra. La fascinación por la imagen y por la intromisión en las vidas de los otros, tan propia de los seres humanos, ha permitido conocer de primera mano algunas de las noticias más impactantes de nuestros días, al brindarnos desde cualquier celular la posibilidad de conjugar sonido, imagen y movimiento en tiempo real. Este fenómeno es quizá el que nos acerca de manera más concreta a la tan mentada sociedad de la información.

Sin embargo, esto mismo podría llevarnos a pensar que nadie se encuentra a salvo de la mirada indiscreta de los otros y, que lamentablemente, los voyeristas de siempre deben estar de plácemes. Antes debían conformarse con un recuerdo vago del observado, mientras que hoy lo llevan en su celular. Este observar y sentirnos observados no se restringe únicamente a los ciudadanos del común, ya que nuestras ciudades se encuentran invadidas con cámaras que graban incesantemente nuestros pasos. Lo anterior, que parece una trivialidad, no es un hecho menor cuando hace menos de cuarenta años este arsenal tecnológico era un privilegio reservado a personajes tan reales como James Bond o parte de alguna pesadilla totalitaria como la descrita por George Orwell en su novela 1984.

El acceso a la anodina cotidianidad de cada uno de nosotros, que nos permitía sentirnos en el completo anonimato a pesar de vivir rodeados de millones de personas, la encontramos en lo que Deleuze llamara el paso de la Sociedad Disciplinaria a la Sociedad del Control. Este tránsito, que no sería otra cosa que una ampliación del disciplinamiento ciudadano más allá de las clásicas instituciones de control (la familia, la escuela, la fabrica) a través de formas no represivas del mismo, tendría como dispositivos centrales la vigilancia de las cámaras y el seguimiento electrónico.

Este nuevo poder omnisciente de los Estados desarrollados y de las grandes corporaciones frente a los indefensos ciudadanos, me trae a la mente la película La Red, una de las primeras de Sandra Bullock, que a mediados de los noventa nos puso los pelos de punta al mostrarnos los poderosos alcances de una nueva tecnología a la que en pocos años todos tendríamos acceso: la Internet.

Nadie duda que esta paranoia del control, tan común en los estertores del siglo XX, anticipó parte de los desarrollos actuales de nuestras sociedades. Reconocer con precisión los repercusiones de las nuevas tecnologías sobre el modelamiento de nuestras propias costumbres y la manera como los nuevos sujetos se relacionan con los poderes instituidos no es poca cosa. Sin embargo, estos profetas del desastre nunca imaginaron el potencial liberador de estas mismas tecnologías. Camarógrafos aficionados, mirones de oficio, internautas casuales, hackers, entre otros, han permitido a través de estas mismas “herramientas de control” potenciar el ejercicio de una ciudadanía activa que hace valer sus derechos frente a cualquier abuso. El efecto youtube emerge y nada parece contenerlo.

De esta manera la idea del panoptismo al aire libre característico de la Sociedad de Control se expande y logra su cometido. Los Estados vigilan y controlan a la distancia. Pero al mismo tiempo, los ciudadanos de hoy han encontrado los modos adecuados para defender su propia libertad.

miércoles, 26 de mayo de 2010

¿DESVIADOS EN NUESTRO SER?


Para vastos sectores de la humanidad temas como la sostenibilidad o la protección del medio ambiente son hoy parte de su vida diaria. Lo anterior ha sido el producto de más de cuarenta años de un continuo activismo en la materia que, desde la “Primavera Silenciosa” de Rachel Carson (estudio seminal del movimiento ecologista moderno) hasta nuestros días, logró reorientar las acciones públicas de los Estados hacia regulaciones cada vez más estrictas para la explotación de los recursos naturales y la contaminación industrial, además de transformar la relación de millones de seres humanos con el medio ambiente y su cuidado.

Inscrito en esta misma lógica, durante la Primera Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y la Madre Tierra, el presidente Evo Morales encendió las alarmas sobre los impactos devastadores que padecerán las nuevas generaciones en los próximos cincuenta años, de no poner freno a las dislocaciones entre el desarrollo económico capitalista y sus formas de vida asociadas. El dirigente del MAS (Movimiento al Socialismo) dejó en claro que, de no corregir el rumbo, los pueblos de América nos veríamos enfrentados a dos encrucijadas fundamentales, provocadas por formas de alimentación cada vez más nocivas impuestas bajo la égida del fantasma neoliberal.

De no ser por la importancia del evento, cualquier desprevenido pensaría que el orador de turno es un lego en la materia o, en el peor de los casos, un candidato a la presidencia de Colombia. Pero no. Es el primer mandatario de Bolivia y por la manera como expone la crisis planetaria, los resultados más pavorosos serían:

1. Una gran crisis económica producto de la progresiva desaparición de las peluquerías. La alopecia generalizada en los varones de nuestros países (o quizá no tan varones, como bien lo expresa el señor presidente), provocada por la estrategia imperialista de introducir semillas transgénicas y carnes de animales alimentados con hormonas femeninas, elevará a niveles inmanejables la tasa de desempleo, siendo ésta la puntada final a la colcha de retazos impuesta por el Consenso de Washington y el FMI, en favor del capital transnacional y la pauperización de nuestros pueblos.

2. Una segunda gran crisis, mucho más penosa que la anterior, se vincula a los trastornos identitarios provocados a los pueblos de nuestra América por las desviaciones que sufrirán los hombres “en su ser como hombres” por cuenta del consumo de esas mismas hormonas femeninas que, además de propagar la alopecia, esparcirán de forma criminalmente capitalista modos de vida ajenos a nuestros pueblos oroginarios.

La burla a este discurso “del Evo” es inevitable, ¿pero de todo lo dicho por el presidente boliviano nada se vincula con el mundo real?, ¿son simples divagaciones de un borracho?. Quizá no. Para nadie son un secreto los intensos debates llevados a cabo por las comunidades científicas en los últimos 30 años alrededor de los transgénicos y las hormonas de crecimiento introducidas en los grandes procesos agroindustriales.

No obstante, como ocurre en casi todas las esferas de la vida social, las formas definen el fondo y las arengas propias del marxismo más primario, sumadas a los prejuicios de un presidente preso de su atavismo, no parecen ser el vehículo más contundente para fortalecer una crítica consistente del estado de cosas imperante. Lo anterior nos muestra, simplemente, que “El Evo”, los presidentes miembros del ALBA y la vieja y nueva progresía continental, después de tantos años de batalla, no han entendido que los discursos hegemónicos y las prácticas dominantes se combaten en la misma arena del adversario, desde su misma lógica, es decir, desnudando las antinomias de unos modelos sociales y productivos que jamás encontrarán el justo medio entre la acumulación y la sostenibilidad, pero dicho en terminos semejantes a quienes desde las metrópolis no reconocen los problemas como tales, como bien lo hicieran hace más de cuarenta años Rachel Carson y sus predecesores.

Si de lo que se trata es de retomar el camino de la sostenibilidad y generar formas alternativas para relacionarnos con la biosfera, nuestras vanguardias deberían entender, de una vez por todas, que no es con arengas y sacos de alpaca, al mejor estilo de “El Evo”, como nos reencontraremos con la Pacha Mama.