viernes, 4 de junio de 2010

MEDIACRACIA, MIEDOCRACIA Y ANTIPOLÍTICA



Las presidenciales del pasado domingo parecen haber resignficado las instancias en las que tradicionalmente se han circunscrito, hasta hoy, los procesos electorales en nuestro país. Aunque el miedo, la mediocridad y el clientelismo, como casi siempre, fueron definitorios de los comicios, el auge de la ciberdemocracia hizo de éste un proceso inédito. Y no es para menos. Por primera vez, las batallas políticas han empezado a librarse de manera decisiva en arenas distintas a las tradicionales. De los directorios municipales y las plazas públicas, pasamos a los comerciales de televisión y, de ahí, nos desplazamos hacia las redes sociales y los foros virtuales.

En este nuevo espacio de deliberación Antanas Mockus capitalizó los mayores réditos. Su antipolítica se acopló con total naturalidad a unas formas distintas de canalizar el debate público. Su desprecio por cualquier modo de organización política tradicional y por sus actores, tomó forma a partir de una comunión casi religiosa entre un gran número de cibernautas y su nuevo líder.

La relación entre los ciudadanos de a pie y el candidato, a través de una virtualidad por fuera del control de los grandes medios de comunicación y los censores de siempre, supuso el fin de la política tradicional en Colombia. La política de componendas, negociaciones, grandes aportantes y ciudadanos cautivos en redes clientelares, pareció estar herida de muerte. En menos de dos meses los números crecieron y las encuestas, a pocos días de las elecciones, lo dieron ganador. La Ola Verde parecía inatajable.

Este escenario, propio de la Sociedad de la Información, pareció dar la razón a su más importante difusor, Manuel Castells, quien supuso hace algunos años que las batallas políticas de hoy “se libran primordialmente en los medios de comunicación y por los medios de comunicación pero éstos no son los que ostentan el poder. El poder, como capacidad de imponer la conducta, radica en las redes de intercambio de información y manipulación de símbolos, que relacionan a los actores sociales, las instituciones y los movimientos culturales, a través de íconos, portavoces y amplificadores intelectuales”. De este modo, si al candidato de la decencia lo acompañaban los grandes medios de comunicación, la ciudadania inconforme y la intelectudad de vanguardia (que incluía nada menos que a Elster, Ostrom y Habermas), nada parecía detener su victoria.

Pero no, las cosas no se dieron según los pronósticos. La virtualidad que pareció materializarse ante nuestros ojos y sumergirnos de una vez por todas en el mundo de la democracia electrónica mostró sus limitaciones. Mockus creció, se multiplicó y despertó todo tipo de pasiones, pero no le alcanzó. ¿Qué pasó?

Antanas consideró que esa “ciudadanía nueva, que comienza a valorar la política, que quiere participar en ella (…) con ayuda de nuevas tecnologías donde la participación es desinteresada”, pudo hacer muy poco frente al chantaje clientelista de última hora. Para Gustavo Petro, quien curiosamente coincidió con Germán Vargas Lleras, Rafael Pardo y Noemí Sanín, los otros derrotados de la contienda, “hubo una conspiración de los grupos económicos y las encuestadoras, que crearon una falsa polarización”.

Para unos y otros la Mediacracia (consistente en la fabricación del consenso a partir de la simplificación de los contenidos, la personalización de los proyectos y la propagación de rumores a través de los grandes medios de comunicación), sumada a la Miedocracia (en la cual se acude a los instintos de supervivencia más primarios para movilizar intereses electorales) desplegada en este caso por el presidente y sus corifeos, acabaron por imponer al candidato ganador.

Sin embargo, pareciera que a Mockus le jugaron en su contra no solamente sus salidas en falso -capitalizadas por sus adversarios-, su falta de claridad en los mensajes de campaña o la maquinaria oficialista actuando a favor de Juan Manuel Santos. También le jugó en contra su envanecimiento y su soberbia frente a opciones no antagónicas.

Paradógicamente el discurso de la decencia y la probidad, que en Mockus representa su principal activo, también representa su debacle. Si cualquier acuerdo político que no signifique plegarse, aun llevado a cabo sin prebendas o prácticas ilegales, es violatorio de los principios incuestionables que solo Mockus detenta, no le queda otro camino que buscar establecer una relación entre la ciudadanía y el líder, quedando éste preso del poder de las nuevas tecnologías y las veleidades de los grandes medios de comunicación. Pero eso no es suficiente. Su escasa capacidad de movilización ciudadana, limitada a los dispositivos de mediación descritos, necesita también de estructuras políticas partidistas que promuevan su proyecto político en espacios en los cuales aun es necesaria la comunicación directa con la comunidad. Mockus, muy a pesar suyo, necesita hacer política. Política desde la decencia, por supuesto, pero al fin y al cabo, política.

Nadie duda que parte de la clase política y los políticos profesionales representen lo peor de la colombianidad. Tampoco nadie pondría en cuestión la necesidad de transformar una cultura política que no supera sus atávicas redes de clientela. Sin embargo, Mockus y sus seguidores deberían pensar su proyecto político más allá del antagonismo. Esa es una sola de las caras de Jano. La otra, como es sabido, es la integración.

De esta manera, la gran victoria de los Verdes el domingo pasado (si se piensa desde el largo plazo) es una oportunidad única para estructurar políticamente un movimiento que siente las bases para una resignificación de lo público, a partir de la interiorización de un Ethos fundado en la decencia y los valores cívicos, pero entendiendo, a su vez, que la honestidad no es propiedad exclusiva de los Visionarios y que, más allá del conflicto, es posible llegar a niveles admirables de consenso sin que eso signifique flaquear o doblegarse ante la ilegalidad.