jueves, 2 de septiembre de 2010

MIEDOCRACIA (II)

Los procesos democráticos en Colombia, como lo señalé en la anterior entrada, se valoran comúnmente desde la Miedocracia. Por esta razón no es extraño que, en ejercicio pleno de su ciudadanía, los colombianos se identifiquen mayoritariamente con los discursos y las vías de acción autoritaria. El rechazo a la dominación, a partir de la reivindicación de la virtud ciudadana, definitorias de las instituciones republicanas y, por tanto, de las democracias modernas, no parecen desvelar a nadie. El desprecio por el Congreso y los partidos políticos lo evidencian. Una nueva mirada al Latinobarometro 2009 muestra que para el 57% de los encuestados los partidos políticos no son necesarios; para solo el 38% la democracia necesita de Congreso; y, a pesar de ello, el 73% considera que el mejor sistema de gobierno es el democrático.

El rechazo al parlamento y los partidos políticos no es infundado. Salvo contadas excepciones, la clase política colombiana es pestilente y procesos como el de la parapolítica así lo confirman. Sin embargo, pensar la democracia sin estas instituciones, en el marco de una sociedad apática a la participación en escenarios no electorales, deriva en bonapartismo puro y duro, o dicho en términos de la Ciencia Política, en una Democracia Delegativa, cuya principal característica -según O'Donnell- es que “el líder debe sanar a la nación mediante la unión de sus fragmentos dispersos en un todo armonioso. Dado que existe confusión en la organización política, y que las voces existentes sólo reproducen su fragmentación, la delegación incluye el derecho —y el deber— de administrar las desagradables medicinas que restaurarán la salud de la nación”. Es decir, una democracia de hombres fuertes que no sometan su autoridad a poderes adyacentes y que generen transformaciones que no atiendan sino a los intereses de la nación que, encarnada en el líder elegido, se convierten en los que éste entiende como prioritarios.

Por esto no es extraño que, como arrojó la encuesta de NTN24, la dictadura de Pinochet sea vista con buenos ojos. Frente al desmadre de nuestro país, se insiste a diario que bien vendría la figura de un dictador para poner la casa en orden. No obstante, tomar como un modelo de gobierno ejemplar la dictadura militar chilena se debe a un error inductivo, sacando conclusiones de carácter general a partir de un caso especifico, bajo el siguiente razonamiento: si la dictadura de Pinochet fue buena, necesariamente las dictaduras son buenas. Nada más falso. Chile logró un nivel importante de estabilidad y una mejora sustancial en el bienestar de sus habitantes durante el periodo de la dictadura, pero este es un caso de excepción.

Si se mide el bienestar de las sociedades en relación con la naturaleza del régimen político, la democracia le lleva una ventaja grande a los regímenes autoritarios. Una comparación del Informe de Desarrollo Humano 2007 – 2008, con el Democracy Index 2007 publicado por la revista The Economist, pone de presente que de los diez países con más bajos Índices de Desarrollo Humano, es decir, aquellos con menor esperanza de vida, menores niveles de alfabetización y una vida menos digna (medida por el PIB per cápita), ocho se encuentran ubicados dentro de los regímenes considerados como autoritarios en el Democracy Index, cuya medición se basa en: la transparencia de los procesos electorales y el pluralismo, la prevalencia de las libertades civiles y los derechos humanos, el buen funcionamiento del gobierno y su respeto por los valores democráticos, los niveles de participación y de movilización social, así como la legitimidad del sistema desde la valoración de su cultura política. Si las democracias son corruptas, excluyentes e inequitativas, de lo anterior se desprende que los regímenes autoritarios lo son aún más.

Sin embargo, a pesar de la evidencia, la tentación autoritaria sigue ahí, acechándonos, liberándonos del tortuoso ejercicio de la ciudadanía y poniendo a los colombianos a pensar en los torrentes de leche y miel que solo los grandes caudillos proveerán aún si esto supone la negación de la libertad, la imposibilidad de construir entre todos un orden social deseado y grandes probabilidades de que el remedio sea peor que enfermedad.