martes, 25 de enero de 2011

EN OBRA NEGRA








En los últimos tres meses el fenómeno de la “Niña”, además de causar las mayores inundaciones en la historia reciente de nuestro país, ha hecho correr ríos de tinta. El Tiempo, por ejemplo, publicó entre editoriales y columnas de opinión más de cuarenta y cinco artículos referidos a la ola invernal. Escritores, periodistas, académicos, políticos y burócratas han aprovechado la oportunidad para opinar sobre las causas, las consecuencias y las lecciones necesarias para superar la tragedia. Y no es para menos. Ante una calamidad de semejantes dimensiones, con más de dos millones de damnificados, es natural que todos tengan algo que decir.

¿Todos? en realidad no. Casi todos, porque los partidos políticos, como institución, pasaron de agache. Los tradicionales se movieron en lo de siempre: pidiendo beneficios sectoriales concretos, pasando cuentas de cobro y como gran solución, proponiendo un pacto político de Unidad Nacional para las próximas elecciones. Las “nuevas fuerzas”, por su parte, se ocuparon de capotear la desunión, limitándose a emitir comunicados lánguidos, con pro formas que sirven para cualquier otra calamidad. Y ¿acaso había que esperar grandes propuestas de los partidos políticos colombianos? Puede que no. Pero al menos, no solamente por cuestiones de cálculo político, sino atendiendo a la carga semántica que deriva de su propio nombre, quedamos a la espera de escuchar al Partido Verde.

Esto porque las explicaciones a la ola invernal y sus consecuencias desastrosas, aunque variadas, también se ubican en el plano de la crisis ambiental planetaria y la manera como la mano del hombre ha contribuido a la misma. Estas son las temáticas y los problemas socialmente relevantes construidos por los Verdes alrededor del mundo y expresados en líneas de acción tendientes a la responsabilidad ambiental y el desarrollo sostenible. Sin embargo, ¿alguien ha escuchado a Mockus, Peñaloza o Garzón hablando de esto?, muy probablemente no.

Lo anterior hace pensar que los yerros de Mockus en su carrera a la presidencia, su ambivalencia constante, la debilidad de sus posturas y el mutismo de sus coequiperos, no eran muestra de honestidad, como bien se cacareó, sino la expresión más acabada de cómo, acudiendo a frases efectistas y tomando prestados ropajes ideológicos para la ocasión, es posible convocar a un porvenir esplendoroso, en el que las luces del futuro iluminan el presente, aun cuando la vacuidad del proyecto no permita recrear alternativas reales de cambio.

Y aunque se diga que es un partido joven, en proceso de consolidación, hasta el momento las expectativas que se crearon a su alrededor están lejos de haberse cumplido. En parte, porque la actividad de sus miembros se ha limitado a la matemática electoral, reproduciendo las prácticas de sus supuestos antagonistas, pero también porque no han tomado posiciones claras frente a los problemas fundamentales del país. Esto, a decir verdad, no debería extrañar a nadie ya que al consultar su página web en el link que conduce a su plataforma política se dice con toda claridad que está en construcción.

jueves, 6 de enero de 2011

EL REINO DE LO ADJETIVO



En la vida pública de nuestro tiempo el uso del lenguaje políticamente correcto se ha impuesto como norma de conducta. El reconocimiento de la incidencia de las palabras en la formación de conceptos y la manera como estos modelan las relaciones de poder, ha hecho que se institucionalicen formas lingüísticas antidiscriminatorias que eviten la propagación y el despliegue de discursos apoyados en prejuicios hacia determinados segmentos sociales.

Este avance, aunque importante, en ocasiones oculta contradicciones de fondo en las mentalidades y las prácticas sociales que no se modifican, únicamente, con la aplicación de estas nuevas formas de cortesía. Dos notas de El Espectador de los últimos dos meses, referidas a la situación actual de la mujer en Colombia, son muestra de la importancia que los lectores de esta publicación le conceden a determinados temas, a partir de privilegiar lo puramente adjetivo, en desmedro de lo realmente importante.

La primera, del 25 de noviembre, hace referencia al informe de la oficina nacional del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM), sobre la violencia ejercida contra las mujeres en nuestro país. El titular señala que “En Colombia cada minuto seis mujeres son víctimas de algún tipo de violencia”, el subtitulo informa que “Según un estudio, la violencia contra las mujeres es la más extendida forma de violación de derechos humanos en el país" y el cuerpo de la noticia se centra en las cifras más relevantes del informe, indicando que, por ejemplo, entre 2002 y 2009 se produjeron “más de 600.000 hechos de violencia contra las mujeres”, de los cuales se precisa que “101.000 son de violencia de pareja; 100.000 más de lesiones personales; 40.000 de violencia sexual y 4.000 de mujeres que fueron asesinadas”. En cuanto al maltrato de pareja, específicamente, “el reporte añade que de 60.000 casos en el 2009, casi la totalidad, 53.800, fueron contra las mujeres”. La nota tuvo treinta comentarios de los lectores.

La segunda, del 3 de enero, fue un video que, a falta de noticias, la edición en línea de El Espectador tomo del portal Metropolis TV, en el cual se reporta la existencia del Movimiento Machista Casanareño. Este relleno, que muestra a Edilberto “Beto” Barreto, su fundador, explicando la necesidad de constituir un movimiento que surja como oposición al feminismo, partiendo de la reafirmación de la autoridad masculina y la preservación de un orden natural fundado en la obediencia y sometimiento de las mujeres, ha sido la nota más visitada de los primeros días del año, con más de mil comentarios.

Pareciera, por el número de comentarios y el debate surgido alrededor de las noticias, que para los lectores la subordinación y la violencia contra la mujer es un problema, únicamente, cuando alguien la justifica públicamente y de este modo rompe con las maneras establecidas el marco de lo políticamente correcto. Así el maltrato contra las mujeres no es problemático ni indignante, siempre que se esconda en el anonimato y la frialdad de las cifras.

No hablar de ciertos temas, atenuar nuestros prejuicios con formas de cortesía o repetir una y otra vez los mismos eufemismos con los cuales pretendemos creer que las cosas son distintas porque, simplemente, las llamamos de otra manera, es la forma más expedita para esperar que estas cambien a sabiendas de que todo seguirá igual. Que más da, vivimos en el reino de lo adjetivo donde la forma define el fondo y, aún así, nos preguntamos todos los días por qué estamos como estamos.