La elección de Barack Obama y el derrumbe de los regímenes despóticos en el Magreb, han sugerido que la acción política, la construcción de hegemonías y la emergencia de nuevas relaciones de poder, en adelante se disputarán en arenas movedizas, donde la internet y su instrumentación política a través de las redes sociales, desplazarán la esfera pública del mundo analógico al digital, al limitar el papel protagónico de las pantallas de televisión y dar paso al predominio del computador portátil y el Smartphone.
Las marchas de “Un millón de voces contra las Farc” y la Ola Verde, mostraron que Colombia no ha sido ajena a esta transformación. Las primeras probaron el potencial de los nuevos dispositivos de mediación, al permitir a ciudadanos del común hacer eco de situaciones reconocidas como indeseables y congregar, alrededor de estas, millones de personas a nivel planetario. La Ola Verde, por su parte, sumergió la política electoral colombiana en las lógicas de la sociedad de la información, al revelar la importancia y las posibilidades del uso de las redes en el intercambio de información y manipulación de símbolos a través de la Web.
En sintonía con lo anterior, este mes se convocaron, a través de Facebook y Twitter, dos protestas exhortando a los bogotanos a movilizarse en rechazo a los acercamientos entre el ex presidente Uribe y Enrique Peñalosa y en contra de las Farc por el manejo mediático dado a las liberaciones de febrero pasado. Pese a las expectativas generadas en las redes sociales, los llamados a la acción fracasaron. De 825.000 personas que votaron en Bogotá por Antanas Mockus, al “plantón verde” se presentaron 60 de ellos. La protesta en contra de las Farc, que en 2008 superó las 500.000 personas, esta vez no pasó de 40. ¿Qué paso?
La perorata sobre los alcances políticos de la revolución 2.0 ha hecho pensar, equivocadamente, que la internet es capaz, por sí misma, de provocar la acción colectiva y la movilización social. El intercambio en las redes sociales auspicia la emergencia de movimientos ciudadanos y pone a temblar a los poderes instituidos, solo si la información puesta en circulación canaliza la inconformidad generalizada desde hechos concretos o hitos significativos (como en el caso de Mohamed Bouazizi, quien se inmoló para protestar contra el régimen de Ben Ali en Túnez) que generan identidades y articulan demandas de sectores sociales diversos, las cuales subyacen a lo meramente episódico, algo que los organizadores de las nuevas marchas parecieron no entender.
Y no lo hicieron porque buscaron replicar, de forma ridículamente artificial, fenómenos que solo tienen lugar en un espacio y un tiempo determinado. La Ola Verde y las marchas del 4F, nadie lo duda, se apoyaron en los medios masivos de comunicación y en la web, pero tuvieron tras de sí altísimos niveles polarización política que se vieron exacerbados por la brutalidad de las Farc y por la corrupción de un uribismo en sus estertores. El Facebook jugó un rol definitivo para detonar estos fenómenos, pero no tuvieron lugar por la existencia de la red.
Ante el raquitismo de estas convocatorias, hay que recordar que las tecnologías de la información, desde Gutenberg hasta nuestros días, han transformado los marcos de la contienda política y la velocidad con la cual se propaga la información, pero nunca han sido el motor de las alternativas de cambio, ni mucho menos, de los proyectos colectivos que las soportan.