jueves, 16 de diciembre de 2010

CUANDO LOS EXTREMOS SE JUNTAN

Álvaro Uribe y Piedad Córdoba tienen demasiado en común. Además de su terruño, su origen político y su mutuo desprecio, comparten el tránsito del cálido centro del espectro político a la aspereza del extremismo ideológico. El ex presidente, antes de capitanear la más reaccionaria de las derechas, lideró la corriente socialdemócrata de su partido en el departamento de Antioquia, denominada “Sector Democrático”. La ex senadora, por su parte, se deslizó desde lo más duro del establecimiento liberal antioqueño, en el cual despuntó de la mano de William Jaramillo Gómez, hacia el ala más radical de las varias izquierdas que conviven en el interior del Partido Liberal.

Pero eso no es todo. En los últimos días ambos han señalado que los procesos judiciales y disciplinarios en los cuales ellos y sus cortesanos se han visto envueltos, son en realidad un complot orquestado por criminales infiltrados en los distintos poderes públicos. Para el ex presidente "muchos de mis compañeros no tienen garantías y la persecución sobre ellos también amenaza sus vidas", para la ex senadora hay “una visceral persecución política” en su contra.

En un país como el nuestro, cuyas instituciones desde hace más de dos décadas fueron capturadas por mafiosos y gatilleros de todos los pelambres, no suena extraño que, aparentemente, quienes han defendido las instituciones desde los más elevados principios republicanos y democráticos, como dicen haberlo hecho el ex presidente y la ex senadora, sean víctimas de una cacería de brujas como la desplegada por el Procurador y la sala penal de Corte Suprema de Justicia.

Y digo aparentemente porque a los ojos de un simple espectador, y no de los protagonistas de la historia, los hechos parecen confirmar que, tanto el ex presidente como la ex senadora, actuaron en contra de la institucionalidad que dicen haber defendido.

Uribe y su círculo de confianza emprendieron una cruzada “contundente contra el crimen” en la cual espiaron de forma ilegal a quienes representan la base misma del sistema republicano, es decir, las altas cortes y los congresistas de la oposición. Córdoba, por su parte, en defensa de la democracia y los Derechos Humanos, traspasó los límites aceptables de la oposición en los regímenes democráticos, al actuar de manera ambigua frente a las FARC y situarse en lo que Linz llamara “oposición semileal” que, palabras más palabras menos, disculpa, tolera o no denuncia a grupos antisistema cuyas acciones afectan la estabilidad del régimen por compartir los fines de quienes practican la violencia.

Este proceder no es exclusivo de nuestros políticos. Ambroce Bierce definió, en su Diccionario del Diablo, que la política es el “conflicto de intereses disfrazado de lucha de principios”. Sin embargo, las actuaciones del ex presidente y la ex senadora me dan pie para agregar que, en este conflicto de intereses, el cinismo y el delirio de sus protagonistas terminan por marcar, para éstos, los límites aceptables de la disputa, estirando o recortando a su acomodo las reglas de juego preestablecidas. El cinismo de sus rituales simulados y declaraciones de principios vacías, cuya entidad se diluye al momento mismo de su enunciación, siempre que dicen lo que no piensan y hacen lo que dijeron repudiar. Pero también el delirio que los lleva, con la misma rapidez, a convertir esa falsa representación en una verdad incontrovertible.

Bien dicen por ahí que los extremos se juntan. En este caso, las vidas del ex presidente y la ex senadora nuevamente se cruzan para, desde orillas distintas, censurar una democracia que siempre les será disfuncional, ya que adhieren a ella, únicamente, cuando les conviene. Por suerte para el país, y no tanto para ellos, el vaivén de sus intereses no modeló el devenir de la justicia y los organismos de control, hecho realmente esperanzador ya que pone de presente que el ethos democrático parece, finalmente, haberse sembrado en nuestra débil institucionalidad.

jueves, 14 de octubre de 2010

DEMOCRACIA CHURCHILLIANA

Con ocasión del premio Nobel concedido a Mario Vargas Llosa y sus posiciones en defensa del Liberalismo, tres noticias reafirmaron mi adhesión irrenunciable a la democracia en su versión churchilliana, esto es, que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”.

La primera es una nota de Granma, del 8 de octubre. Para el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba, antes que cualquier cosa, Vargas Llosa es el “antinobel de la ética”, por su “catadura moral, los desplantes neoliberales, la negación de sus orígenes y la obsecuencia ante los dictados del imperio”. Finaliza la nota señalando que “no hay causa indigna en esta parte del mundo que Mario Vargas Llosa deje de apoyar y aplaudir”.

La segunda es el despido de más de 500 mil trabajadores estatales en Cuba y el comunicado emitido el 13 de septiembre por el único sindicato autorizado en la isla, la Central de Trabajadores de Cuba –CTC-. Para el Secretariado Nacional de la CTC, los despidos se justifican porque “es necesario elevar la producción y la calidad de los servicios, reducir los abultados gastos sociales y eliminar gratuidades indebidas y subsidios excesivos”.

La tercera, publicada el 1 de octubre en la web de Caracol Radio, reproduce las declaraciones del vicepresidente del Consejo Gremial de Colombia, en las cuales anuncia que de acuerdo con sus cálculos, el “incremento del salario mínimo en el 2011 no puede ser superior a la inflación”, es decir, que el aumento no podría ser mayor al 3,9%.

¿Y? se preguntarán algunos. ¿Qué tiene que ver el premio Nobel de literatura con los despidos masivos en Cuba, o Vargas Llosa con el aumento del salario mínimo en Colombia? A simple vista nada. No obstante, la nueva situación cubana, su avance “en el desarrollo y la actualización del modelo económico” –como bien señala la CTC- y las excusas del régimen frente a hechos indefendibles desde la ortodoxia Marxista – Leninista, parecieran mostrar que la democratización de los regímenes políticos latinoamericanos y la crítica al gobierno de la Habana, abanderadas por Vargas Llosa, no eran causas del todo indignas.

Las antinomias del modelo cubano y lo inevitable de las medidas tomadas, ponen en cuestión, esas sí, la ética de su dirigencia y de quienes tienen por obligación defender los derechos de los trabajadores, es decir, sus sindicatos.  La inexistencia de pesos y contrapesos en el sistema político cubano llevan a que, en la práctica, estos despidos se hayan justificado con comunicados que parecen tomados de la página del Banco Mundial y que todos tengan que estar de acuerdo. Con eufemismos, se pretende maquillar la doble moral del régimen, que extrañamente profundizará el socialismo desde la aplicación del neoliberalismo.

Inevitablemente las contradicciones de Cuba y su desprecio por la democracia burguesa me han llevado a pensar en el anuncio del Consejo Gremial y el aumento del salario mínimo en nuestro país.

La historia reciente pareciera mostrar que la negociación salarial entre el gobierno nacional, el consejo gremial y las centrales obreras, es un ejercicio inocuo del cual podría prescindirse, ya que es evidente que en esta pelea, pactada a un asalto, no solamente se conoce de antemano al ganador, sino que el juez último termina siendo la inflación. De ahí que muchos sentirían alivio al no tener que soportar el penoso espectáculo de ver en vivo y en directo al Ministro de Protección Social explicando con cinismo los enormes beneficios que traerá para nuestra economía y los trabajadores el generoso aumento proyectado por el gobierno nacional previamente pactado con los empresarios, y a las centrales obreras, cada vez más caricaturescas por causa de su raquitismo, denunciando los abusos patronales y el inequitativo incremento concedido por el gobierno nacional.

A pesar de su aparente inutilidad, este enfrentamiento entre los mundos del trabajo y del capital permite establecer una diferencia entre las posibilidades de una sociedad democrática y cualquier otra regida por una forma distinta de gobierno. Todas las formas de organización política son de suyo injustas y sus estructuras de dominación hacen que sean muy pocos quienes decidan la suerte de muchos. No obstante, las democracias dan la oportunidad de mirar al poder a los ojos y desafiar sus designios. Puede que la pelea, por desigual, casi siempre termine en derrota, pero al permitir el simulacro de la confrontación se ponen sobre el tapete los antagonismos necesarios para pensar y recrear alternativas de cambio.

Esto es lo que hace mejor a la democracia y lo que me lleva a adherir a ésta de forma incondicional. También pareciera ser la manera como la literatura de Vargas Llosa expresa su defensa de la libertad, lo que la academia sueca premió en su obra: “por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”.

viernes, 8 de octubre de 2010

EN FUERA DE LUGAR



En Bolivia, el pasado fin de semana el Movimiento Sin Miedo (MSM) y el Movimiento al Socialismo (MAS), quisieron limar asperezas en un partido de fútbol. Los primeros, en cabeza del hoy alcalde de La Paz, Luis Rivilla, rompieron con el presidente Evo Morales y la coalición de gobierno, entrado el 2010, por cuenta de la campaña de estos últimos para eliminar con demandas judiciales a gobernadores y alcaldes opositores.

Muy a pesar de las buenas intenciones, el esperado encuentro no trajo la concordia. Pasados cinco minutos del primer tiempo el presidente de la República de Bolivia se salió de casillas ante la infracción de un rival y, a la primera desatención del árbitro, tomó la justicia por mano propia encajando un fuerte rodillazo en la entrepierna de su agresor. De esta manera las diferencias no solamente no se limaron, sino que todos quedaron con el sin sabor de ver a la máxima autoridad de los bolivianos recurriendo a prácticas antideportivas, con el agravante de ver que éstas quedaron en la total impunidad.

Se dirá que así es el futbol y que poco o nada importan los títulos y las dignidades de los jugadores a la hora de hacer respetar su divisa. Nada más cierto. Por esta razón su actitud en la cancha no es realmente censurable y quien haya jugado fútbol puede dar razón de esto. En este caso más valía defender la camiseta del MAS que procurar un acercamiento con sus ex aliados. Sin embargo, aunque desde su masificación el fútbol y la política han sido amigos inseparables, el problema de “El Evo” es no haber entendido –entre muchas otras cosas- que en el ejercicio del poder político el deporte es simplemente un medio, nunca un fin.

Lo que es impresentable es que el Presidente se sitúe fuera de lugar.

Los príncipes de todos los pelambres deben su autoridad no solamente a la titularidad de la misma. Para detentar el poder y ejercerlo con eficiencia es también necesario provocar en los gobernados la imagen de lo que éstos desean hallar en él. Bien recomendaba Maquiavelo que, “por encima de todo, el príncipe debe ingeniarse por parecer grande e ilustre en cada uno de sus actos”, cosa que refrendaría cuatro siglos más tarde Groucho Marx al asegurar que “el secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio... si puedes simular eso, lo has conseguido”.

En busca de lo anterior los regímenes políticos se han apoyado en el fútbol para explotar simbólicamente el simulacro de una vida en común, en el que es posible condensar, en vivo y en directo, el cuerpo de la nación. Se recurre políticamente al fútbol, pero desde la galería, desde donde se pueden exaltar los valores deportivos sin derramar una gota sudor. Esta es una de las facetas del ejercicio del poder: la de exhibir.

La otra es la faceta que debe mantenerse oculta, la de la acción puramente instrumental. En ésta insultar al adversario, escupirlo, tocarle los testículos, halarle la camiseta o golpearlo en estado de indefensión, son, en el fútbol y en la política simples medios para alcanzar un fin determinado. Por esta razón a “El Evo” lo cogieron en fuera de lugar, por pretender sacar réditos políticos de un partido de fútbol sometiéndose a las reglas y conducta propias del mismo, revelando aquello que todos somos o podemos llegar ser, pero en lo cual nadie quiere verse reflejado.

jueves, 7 de octubre de 2010

INSTINTO DE SUPERVIVENCIA

La supervivencia, y el instinto que le subyace, son el motor de la acción en el reino animal. En los humanos, a pesar de su domesticación, este instinto pareciera prevalecer, ser irreductible. Pero solo pareciera si nos atenemos a las cifras de accidentalidad vial y a las noticias de borrachines causando estragos detrás del volante. A pesar de la vanidad humana y la cacareada superioridad del hombre sobre la bestia, la realidad se obstina en demostrar que en Colombia los conductores desarrollan este instinto en menor medida que un animal cualquiera.

No es un problema exclusivo de los colombianos, por supuesto. El irrespeto a las normas de tránsito y la incomprensión de los riesgos que esto supone es un problema global. En todos los países del mundo hay muertos por accidentes de tránsito y casi todos los casos son producto de la imprudencia o la estupidez de los conductores. Sin embargo, las cifras muestran que en nuestro país, siempre en competencia con Bolivia, Ecuador y Perú, las cosas son mucho peores. Las cifras del Fondo de Prevención Vial –viejísimas, por demás- son reveladoras: mientras que en el año 2005 en Alemania hubo 1 muerto en accidentes de tránsito por cada 10 mil vehículos y en Uruguay 1.1, en Colombia esa cifra de fue de 11.9, en Bolivia 16,7 y en Perú 41,5. Del mismo modo, el Instituto de Medicina Legal reportó que, en 2008, aproximadamente el 50% de los accidentes de tránsito en los cuales hubo muertos fueron provocados por conductores ebrios.

La desaprensión frente a reglas tan elementales como las de tránsito son sintomáticas de una dislocación mayor. Como bien señalara Mockus, la distancia entre la ley, la moral y la cultura, no permite reconocernos en marcos de acción comunes. No solo en la conducción, sino en cualquier actividad que obligue el reconocimiento de la alteridad, la agencia de los colombianos no se somete a principios orientadores que permitan el disfrute de la libertad en términos de equivalencia. El irrespeto por el peatón, por la vida de los demás conductores y por la de los conductores mismos, pone de presente que no se actúa pensado en términos de comunidad, ni mucho menos de sociedad, lo que deriva en un individualismo selectivo y depredador, en el cual la autodeterminación nos hace libres pero para afectar a los demás.

Los muertos en los accidentes y el lloriqueo de los infractores recuerdan a diario que la anomia generalizada y la imposibilidad de interiorizar los mecanismos de coordinación social propios del mundo moderno, entre ellos el imperio de la ley, hace de los colombianos individuos tremendamente vulnerables. En los animales el instinto de supervivencia está siempre presente. Frente a una circunstancia de riesgo hay solo dos alternativas: la vida o la muerte. Si se sobrevive, el aprendizaje es para toda la vida. En los colombianos, por el contrario, la libertad de llevar al límite sus impulsos no encuentra barrera ni en el aprendizaje individual, ni mucho menos en la protección que brinda la legalidad instituida. Esta es una de las tantas paradojas de nuestro difícil ingreso a la modernidad. Por un lado, neutralizamos los instintos que aún nos ligan con el resto del reino animal, pero a cambio de eso no apropiamos las prácticas y las mentalidades de la civilización que son, en últmas, las herramientas necesarias para sortear los avatares de vivir el mundo de la libertad sin mayores contratiempos.

jueves, 2 de septiembre de 2010

MIEDOCRACIA (II)

Los procesos democráticos en Colombia, como lo señalé en la anterior entrada, se valoran comúnmente desde la Miedocracia. Por esta razón no es extraño que, en ejercicio pleno de su ciudadanía, los colombianos se identifiquen mayoritariamente con los discursos y las vías de acción autoritaria. El rechazo a la dominación, a partir de la reivindicación de la virtud ciudadana, definitorias de las instituciones republicanas y, por tanto, de las democracias modernas, no parecen desvelar a nadie. El desprecio por el Congreso y los partidos políticos lo evidencian. Una nueva mirada al Latinobarometro 2009 muestra que para el 57% de los encuestados los partidos políticos no son necesarios; para solo el 38% la democracia necesita de Congreso; y, a pesar de ello, el 73% considera que el mejor sistema de gobierno es el democrático.

El rechazo al parlamento y los partidos políticos no es infundado. Salvo contadas excepciones, la clase política colombiana es pestilente y procesos como el de la parapolítica así lo confirman. Sin embargo, pensar la democracia sin estas instituciones, en el marco de una sociedad apática a la participación en escenarios no electorales, deriva en bonapartismo puro y duro, o dicho en términos de la Ciencia Política, en una Democracia Delegativa, cuya principal característica -según O'Donnell- es que “el líder debe sanar a la nación mediante la unión de sus fragmentos dispersos en un todo armonioso. Dado que existe confusión en la organización política, y que las voces existentes sólo reproducen su fragmentación, la delegación incluye el derecho —y el deber— de administrar las desagradables medicinas que restaurarán la salud de la nación”. Es decir, una democracia de hombres fuertes que no sometan su autoridad a poderes adyacentes y que generen transformaciones que no atiendan sino a los intereses de la nación que, encarnada en el líder elegido, se convierten en los que éste entiende como prioritarios.

Por esto no es extraño que, como arrojó la encuesta de NTN24, la dictadura de Pinochet sea vista con buenos ojos. Frente al desmadre de nuestro país, se insiste a diario que bien vendría la figura de un dictador para poner la casa en orden. No obstante, tomar como un modelo de gobierno ejemplar la dictadura militar chilena se debe a un error inductivo, sacando conclusiones de carácter general a partir de un caso especifico, bajo el siguiente razonamiento: si la dictadura de Pinochet fue buena, necesariamente las dictaduras son buenas. Nada más falso. Chile logró un nivel importante de estabilidad y una mejora sustancial en el bienestar de sus habitantes durante el periodo de la dictadura, pero este es un caso de excepción.

Si se mide el bienestar de las sociedades en relación con la naturaleza del régimen político, la democracia le lleva una ventaja grande a los regímenes autoritarios. Una comparación del Informe de Desarrollo Humano 2007 – 2008, con el Democracy Index 2007 publicado por la revista The Economist, pone de presente que de los diez países con más bajos Índices de Desarrollo Humano, es decir, aquellos con menor esperanza de vida, menores niveles de alfabetización y una vida menos digna (medida por el PIB per cápita), ocho se encuentran ubicados dentro de los regímenes considerados como autoritarios en el Democracy Index, cuya medición se basa en: la transparencia de los procesos electorales y el pluralismo, la prevalencia de las libertades civiles y los derechos humanos, el buen funcionamiento del gobierno y su respeto por los valores democráticos, los niveles de participación y de movilización social, así como la legitimidad del sistema desde la valoración de su cultura política. Si las democracias son corruptas, excluyentes e inequitativas, de lo anterior se desprende que los regímenes autoritarios lo son aún más.

Sin embargo, a pesar de la evidencia, la tentación autoritaria sigue ahí, acechándonos, liberándonos del tortuoso ejercicio de la ciudadanía y poniendo a los colombianos a pensar en los torrentes de leche y miel que solo los grandes caudillos proveerán aún si esto supone la negación de la libertad, la imposibilidad de construir entre todos un orden social deseado y grandes probabilidades de que el remedio sea peor que enfermedad.

jueves, 19 de agosto de 2010

MIEDOCRACIA (I)

El ejercicio del poder político se apoya en imágenes de terror que dan vida a los antagonismos constituyentes de la realidad social, a aquellos opuestos irreconciliables que nos permiten reconocer el orden deseado y a quienes suponen un obstáculo para su materialización. En democracia estas representaciones del mal se renuevan de cuando en cuando con la exacerbación de los miedos y los instintos de supervivencia más primarios para movilizar intereses electorales desde la instrumentación de la Miedocracia. Dan fe de ello los huevitos del presidente Uribe y el miedo a que el mal vecino o “la culebra moribunda” se los tragaran.

En nuestro país, sin embargo, la Miedocracia se despliega no solamente en la práctica electoral. También está presente en el miedo a la democracia y a su consolidación como orden social y político deseable. A juzgar por la manera restringida como se entiende el ejercicio democrático y el pánico que genera la posibilidad de alternativas al estado de cosas imperante, se podría afirmar que la democracia electoral, antes que sustentar un ethos y una concepción amplia de la misma, ha reforzado los prejuicios frente a la diferencia y ha servido como legitimador de mentalidades y prácticas no democráticas que comúnmente son asumidas como tales.

Nada nuevo. A esta demanda acudieron las distintas oposiciones políticas desde el frente nacional hasta nuestros días y fue, en parte, aquello que motivó la lógica participativa que sirvió de base a la Constitución Política de 1991. Sin embargo, pasados casi veinte años de la expedición de esta carta política y viviendo, como se repite todos los días, en una vibrante democracia que es, además, la más antigua y prolongada del continente, nada parece haber cambiado. Esta semana me topé con dos encuestas que, lamentablemente, parecen confirmarlo. La primera es el informe anual del Latinobarometro para el año 2009. La segunda, una encuesta del canal NTN24.

Con ocasión del golpe de Estado contra el presidente Zelaya, el Latinobarometro preguntó ¿cuán democrático es Honduras? calificándolo en una escala de 1 a 10. En Colombia la encuesta arrojó en promedio 7.1, es decir que, luego de una toma militar del poder político la mayoría de los colombianos encuestados cree que Honduras estaría a tan solo tres puntos de convertirse en la democracia perfecta. No sobra decir que fue la calificación más alta en todo el continente. Por su parte, el canal de noticias NTN24 preguntó a los cibernautas si ¿cree usted que la dictadura de Augusto Pinochet ayudo al progreso que hoy en día disfrutan los chilenos? La respuesta mayoritaria fue un sí, con el 70%.

Estos resultados bien reflejan lo que muchos colombianos entienden por democracia y la opacidad de los lentes con los que estos validan los procesos llamados democráticos. Explican, por ejemplo, por qué la mayoría de los votantes en los últimos ocho años se embelesaron con propuestas poco democráticas o autoritarias como las de Uribe y Mockus, y como la democracia electoral sirvió como legitimador de plataformas políticas que negaban de tajo principios democráticos como la pluralidad, la diferencia y la alteridad. Los colombianos se jactan de su democracia, pero ni la entienden, ni la practican. Se vanaglorian de unas definiciones legales que proyectan instituciones políticas dentro de los más elevados preceptos republicanos, pero ante una divergencia mínima no dudarían en recurrir a la arbitrariedad y el abuso de poder. El miedo parece estar presente en todos las instancias de la vida social y política, y la única respuesta posible pareciera ser el uso de democracia, para no vivir la democracia.

Ante esto solamente queda esperar que ojalá, algún día, la sociedad colombiana se embarque en la construcción de un proyecto colectivo en el que la democracia y sus dispositivos se conviertan en el mecanismo de coordinación prevalente y sea posible vivir la democracia. Quizá entonces se le pierda el miedo y sea posible considerarla como una herramienta posible para la transformación social y, por que no, la conjura contra el atavismo, antes que un mal necesario.

viernes, 13 de agosto de 2010

EL GOBIERNO DEL "BUEN GOBIERNO”

En su Manifiesto de campaña y en los discursos de Juan Manuel Santos se deja claro que su mandato será el del Buen Gobierno –BG-. Este cambio no le viene mal a una administración y ni a unos funcionarios que en los últimos ocho años se acoplaron tan cómodamente a la arbitrariedad y el personalismo tan propios del uribato. La sola mención al BG es ya un respiro de aire fresco frente a lo hecho por su antecesor, aunque claro, no hay que perder de vista que estos conceptos se vacían con rapidez y pierden entidad una vez los gobiernos se enfrentan a la inercia propia de lo público estatal.

En este caso, la idea del BG es importante porque unifica el discurso del nuevo presidente y, por tanto, da sentido a su programa. En primer lugar, define los límites de la relación Estado-sociedad y, en segundo lugar, identifica el ethos requerido por los funcionarios y los hacedores de políticas para la puesta en marcha de un nuevo orden deseable. Dan cuenta de ello las 17 menciones que se hace al BG en su Manifiesto que se engloban en tres aspectos de la acción pública, como son, las ideas, las prácticas y las mentalidades. Desde las ideas se entiende como una filosofía y un enfoque social; desde las prácticas, es asumido como una forma de modernizar el Estado partiendo de la eficiencia, la eficacia y la transparencia en el manejo de los recursos públicos; y desde las mentalidades, propone una transformación cultural que promueva el trabajo en equipo, la innovación, el conocimiento y la sostenibilidad.

Una primera consideración que se desprende de esta nueva lógica, es la expresión de una ruptura con las propuestas de reforma del Estado adelantadas por los gobiernos que lo antecedieron desde 1990, ya que transita de las reformas de “primera generación” a las reformas de “segunda generación”. Esto significa, palabras más palabras menos, que lo importante es propender por la cualificación funcional del Estado a partir de la transformación de las prácticas y las mentalidades de sus actores, superando de una vez por todas la etapa de rediseño institucional y redefinición de las fronteras de la acción estatal donde, a partir de la descentralización, la racionalización y la desregulación, se sustituyó el Estado por el mercado y se estableció un nuevo esquema de división social del trabajo y de la actividad económica. Es ir, como diría Oszlak, de “menor a mejor”.

Una segunda consideración sobre la propuesta de BG es que ésta se ajusta, unas veces más otras menos, a los estándares internacionales contemplados como criterios para evaluar al Buen Gobierno o la buena Gobernanza. De acuerdo con el PNUD se requiere que la acción gubernamental tenga como principios orientadores: la participación, la legalidad, transparencia, la responsabilidad, el consenso, la equidad, la eficacia y eficiencia, y la sensibilidad, todos ellos presentes en el documento mencionado.

Sin embargo, aunque en conjunto los elementos señalados son importantes para alcanzar la meta del BG, hay uno más importante que los otros: el de la participación. De acuerdo con Rosa Nonell, bajo “el término buen gobierno se incluyen aquellos principios, actitudes, conductas y actuaciones de los distintos gobiernos y organizaciones públicas que permiten implicar más a los ciudadanos en el devenir de la sociedad”, es decir, que el BG no lo es tal si no logra la intervención activa de la sociedad civil organizada.

Esto significa que, aunque la instrumentalización de criterios gerenciales a la administración pública es necesaria, ésta no agota la idea del BG. En este aspecto el programa del presidente Santos se ha quedado corto. La participación se menciona, por supuesto, pero solamente una vez en el punto 95 del programa, en lo atinente a la institucionalidad local y regional y su vinculación con lo ambiental, pero no, como era de esperarse, como un principio transversal y orientador de las trasformaciones propuestas.

Esta reforma se diferencia de los programas de sus antecesores, no hay duda. Estos, así no hayan actuado en consecuencia, por lo menos consideraron como elemento axial de la acción pública la participación ciudadana. Se confirma así que la deliberación y la promoción de prácticas democráticas en la definición de los problemas públicos y las necesidades socialmente relevantes no hacen parte de los marcos cognitivos de los tecnócratas locales. Ni siquiera en la implementación de un enfoque tan plural como el del Buen Gobierno la participación y la deliberación pública se asumen como prioritarias.

Por suerte esto apenas comienza. Queda esperar, entonces, que el presidente y sus funcionarios rectifiquen el rumbo y promuevan el Buen Gobierno en sentido amplio. De lo contrario esta será una propuesta más, un  simple eslogan de campaña carente de toda sustancia.

viernes, 4 de junio de 2010

MEDIACRACIA, MIEDOCRACIA Y ANTIPOLÍTICA



Las presidenciales del pasado domingo parecen haber resignficado las instancias en las que tradicionalmente se han circunscrito, hasta hoy, los procesos electorales en nuestro país. Aunque el miedo, la mediocridad y el clientelismo, como casi siempre, fueron definitorios de los comicios, el auge de la ciberdemocracia hizo de éste un proceso inédito. Y no es para menos. Por primera vez, las batallas políticas han empezado a librarse de manera decisiva en arenas distintas a las tradicionales. De los directorios municipales y las plazas públicas, pasamos a los comerciales de televisión y, de ahí, nos desplazamos hacia las redes sociales y los foros virtuales.

En este nuevo espacio de deliberación Antanas Mockus capitalizó los mayores réditos. Su antipolítica se acopló con total naturalidad a unas formas distintas de canalizar el debate público. Su desprecio por cualquier modo de organización política tradicional y por sus actores, tomó forma a partir de una comunión casi religiosa entre un gran número de cibernautas y su nuevo líder.

La relación entre los ciudadanos de a pie y el candidato, a través de una virtualidad por fuera del control de los grandes medios de comunicación y los censores de siempre, supuso el fin de la política tradicional en Colombia. La política de componendas, negociaciones, grandes aportantes y ciudadanos cautivos en redes clientelares, pareció estar herida de muerte. En menos de dos meses los números crecieron y las encuestas, a pocos días de las elecciones, lo dieron ganador. La Ola Verde parecía inatajable.

Este escenario, propio de la Sociedad de la Información, pareció dar la razón a su más importante difusor, Manuel Castells, quien supuso hace algunos años que las batallas políticas de hoy “se libran primordialmente en los medios de comunicación y por los medios de comunicación pero éstos no son los que ostentan el poder. El poder, como capacidad de imponer la conducta, radica en las redes de intercambio de información y manipulación de símbolos, que relacionan a los actores sociales, las instituciones y los movimientos culturales, a través de íconos, portavoces y amplificadores intelectuales”. De este modo, si al candidato de la decencia lo acompañaban los grandes medios de comunicación, la ciudadania inconforme y la intelectudad de vanguardia (que incluía nada menos que a Elster, Ostrom y Habermas), nada parecía detener su victoria.

Pero no, las cosas no se dieron según los pronósticos. La virtualidad que pareció materializarse ante nuestros ojos y sumergirnos de una vez por todas en el mundo de la democracia electrónica mostró sus limitaciones. Mockus creció, se multiplicó y despertó todo tipo de pasiones, pero no le alcanzó. ¿Qué pasó?

Antanas consideró que esa “ciudadanía nueva, que comienza a valorar la política, que quiere participar en ella (…) con ayuda de nuevas tecnologías donde la participación es desinteresada”, pudo hacer muy poco frente al chantaje clientelista de última hora. Para Gustavo Petro, quien curiosamente coincidió con Germán Vargas Lleras, Rafael Pardo y Noemí Sanín, los otros derrotados de la contienda, “hubo una conspiración de los grupos económicos y las encuestadoras, que crearon una falsa polarización”.

Para unos y otros la Mediacracia (consistente en la fabricación del consenso a partir de la simplificación de los contenidos, la personalización de los proyectos y la propagación de rumores a través de los grandes medios de comunicación), sumada a la Miedocracia (en la cual se acude a los instintos de supervivencia más primarios para movilizar intereses electorales) desplegada en este caso por el presidente y sus corifeos, acabaron por imponer al candidato ganador.

Sin embargo, pareciera que a Mockus le jugaron en su contra no solamente sus salidas en falso -capitalizadas por sus adversarios-, su falta de claridad en los mensajes de campaña o la maquinaria oficialista actuando a favor de Juan Manuel Santos. También le jugó en contra su envanecimiento y su soberbia frente a opciones no antagónicas.

Paradógicamente el discurso de la decencia y la probidad, que en Mockus representa su principal activo, también representa su debacle. Si cualquier acuerdo político que no signifique plegarse, aun llevado a cabo sin prebendas o prácticas ilegales, es violatorio de los principios incuestionables que solo Mockus detenta, no le queda otro camino que buscar establecer una relación entre la ciudadanía y el líder, quedando éste preso del poder de las nuevas tecnologías y las veleidades de los grandes medios de comunicación. Pero eso no es suficiente. Su escasa capacidad de movilización ciudadana, limitada a los dispositivos de mediación descritos, necesita también de estructuras políticas partidistas que promuevan su proyecto político en espacios en los cuales aun es necesaria la comunicación directa con la comunidad. Mockus, muy a pesar suyo, necesita hacer política. Política desde la decencia, por supuesto, pero al fin y al cabo, política.

Nadie duda que parte de la clase política y los políticos profesionales representen lo peor de la colombianidad. Tampoco nadie pondría en cuestión la necesidad de transformar una cultura política que no supera sus atávicas redes de clientela. Sin embargo, Mockus y sus seguidores deberían pensar su proyecto político más allá del antagonismo. Esa es una sola de las caras de Jano. La otra, como es sabido, es la integración.

De esta manera, la gran victoria de los Verdes el domingo pasado (si se piensa desde el largo plazo) es una oportunidad única para estructurar políticamente un movimiento que siente las bases para una resignificación de lo público, a partir de la interiorización de un Ethos fundado en la decencia y los valores cívicos, pero entendiendo, a su vez, que la honestidad no es propiedad exclusiva de los Visionarios y que, más allá del conflicto, es posible llegar a niveles admirables de consenso sin que eso signifique flaquear o doblegarse ante la ilegalidad.

viernes, 28 de mayo de 2010

VOYERISMO CÍVICO



Nadie duda que muchos de los cambios culturales y económicos de los últimos treinta años se deben al desarrollo de las telecomunicaciones y las nuevas tecnologías. Dispositivos que en 1970 eran producto de la más delirante ciencia ficción, hoy son definitorios de nuestras formas de vida.

De la misma manera, ninguno de nosotros hubiera imaginado jamás que, por ejemplo, un aparato tan común como un teléfono celular nos abriera la posibilidad de conocer un mundo cotidiano desconocido que, de otro modo, permanecería en la penumbra. La fascinación por la imagen y por la intromisión en las vidas de los otros, tan propia de los seres humanos, ha permitido conocer de primera mano algunas de las noticias más impactantes de nuestros días, al brindarnos desde cualquier celular la posibilidad de conjugar sonido, imagen y movimiento en tiempo real. Este fenómeno es quizá el que nos acerca de manera más concreta a la tan mentada sociedad de la información.

Sin embargo, esto mismo podría llevarnos a pensar que nadie se encuentra a salvo de la mirada indiscreta de los otros y, que lamentablemente, los voyeristas de siempre deben estar de plácemes. Antes debían conformarse con un recuerdo vago del observado, mientras que hoy lo llevan en su celular. Este observar y sentirnos observados no se restringe únicamente a los ciudadanos del común, ya que nuestras ciudades se encuentran invadidas con cámaras que graban incesantemente nuestros pasos. Lo anterior, que parece una trivialidad, no es un hecho menor cuando hace menos de cuarenta años este arsenal tecnológico era un privilegio reservado a personajes tan reales como James Bond o parte de alguna pesadilla totalitaria como la descrita por George Orwell en su novela 1984.

El acceso a la anodina cotidianidad de cada uno de nosotros, que nos permitía sentirnos en el completo anonimato a pesar de vivir rodeados de millones de personas, la encontramos en lo que Deleuze llamara el paso de la Sociedad Disciplinaria a la Sociedad del Control. Este tránsito, que no sería otra cosa que una ampliación del disciplinamiento ciudadano más allá de las clásicas instituciones de control (la familia, la escuela, la fabrica) a través de formas no represivas del mismo, tendría como dispositivos centrales la vigilancia de las cámaras y el seguimiento electrónico.

Este nuevo poder omnisciente de los Estados desarrollados y de las grandes corporaciones frente a los indefensos ciudadanos, me trae a la mente la película La Red, una de las primeras de Sandra Bullock, que a mediados de los noventa nos puso los pelos de punta al mostrarnos los poderosos alcances de una nueva tecnología a la que en pocos años todos tendríamos acceso: la Internet.

Nadie duda que esta paranoia del control, tan común en los estertores del siglo XX, anticipó parte de los desarrollos actuales de nuestras sociedades. Reconocer con precisión los repercusiones de las nuevas tecnologías sobre el modelamiento de nuestras propias costumbres y la manera como los nuevos sujetos se relacionan con los poderes instituidos no es poca cosa. Sin embargo, estos profetas del desastre nunca imaginaron el potencial liberador de estas mismas tecnologías. Camarógrafos aficionados, mirones de oficio, internautas casuales, hackers, entre otros, han permitido a través de estas mismas “herramientas de control” potenciar el ejercicio de una ciudadanía activa que hace valer sus derechos frente a cualquier abuso. El efecto youtube emerge y nada parece contenerlo.

De esta manera la idea del panoptismo al aire libre característico de la Sociedad de Control se expande y logra su cometido. Los Estados vigilan y controlan a la distancia. Pero al mismo tiempo, los ciudadanos de hoy han encontrado los modos adecuados para defender su propia libertad.

miércoles, 26 de mayo de 2010

¿DESVIADOS EN NUESTRO SER?


Para vastos sectores de la humanidad temas como la sostenibilidad o la protección del medio ambiente son hoy parte de su vida diaria. Lo anterior ha sido el producto de más de cuarenta años de un continuo activismo en la materia que, desde la “Primavera Silenciosa” de Rachel Carson (estudio seminal del movimiento ecologista moderno) hasta nuestros días, logró reorientar las acciones públicas de los Estados hacia regulaciones cada vez más estrictas para la explotación de los recursos naturales y la contaminación industrial, además de transformar la relación de millones de seres humanos con el medio ambiente y su cuidado.

Inscrito en esta misma lógica, durante la Primera Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y la Madre Tierra, el presidente Evo Morales encendió las alarmas sobre los impactos devastadores que padecerán las nuevas generaciones en los próximos cincuenta años, de no poner freno a las dislocaciones entre el desarrollo económico capitalista y sus formas de vida asociadas. El dirigente del MAS (Movimiento al Socialismo) dejó en claro que, de no corregir el rumbo, los pueblos de América nos veríamos enfrentados a dos encrucijadas fundamentales, provocadas por formas de alimentación cada vez más nocivas impuestas bajo la égida del fantasma neoliberal.

De no ser por la importancia del evento, cualquier desprevenido pensaría que el orador de turno es un lego en la materia o, en el peor de los casos, un candidato a la presidencia de Colombia. Pero no. Es el primer mandatario de Bolivia y por la manera como expone la crisis planetaria, los resultados más pavorosos serían:

1. Una gran crisis económica producto de la progresiva desaparición de las peluquerías. La alopecia generalizada en los varones de nuestros países (o quizá no tan varones, como bien lo expresa el señor presidente), provocada por la estrategia imperialista de introducir semillas transgénicas y carnes de animales alimentados con hormonas femeninas, elevará a niveles inmanejables la tasa de desempleo, siendo ésta la puntada final a la colcha de retazos impuesta por el Consenso de Washington y el FMI, en favor del capital transnacional y la pauperización de nuestros pueblos.

2. Una segunda gran crisis, mucho más penosa que la anterior, se vincula a los trastornos identitarios provocados a los pueblos de nuestra América por las desviaciones que sufrirán los hombres “en su ser como hombres” por cuenta del consumo de esas mismas hormonas femeninas que, además de propagar la alopecia, esparcirán de forma criminalmente capitalista modos de vida ajenos a nuestros pueblos oroginarios.

La burla a este discurso “del Evo” es inevitable, ¿pero de todo lo dicho por el presidente boliviano nada se vincula con el mundo real?, ¿son simples divagaciones de un borracho?. Quizá no. Para nadie son un secreto los intensos debates llevados a cabo por las comunidades científicas en los últimos 30 años alrededor de los transgénicos y las hormonas de crecimiento introducidas en los grandes procesos agroindustriales.

No obstante, como ocurre en casi todas las esferas de la vida social, las formas definen el fondo y las arengas propias del marxismo más primario, sumadas a los prejuicios de un presidente preso de su atavismo, no parecen ser el vehículo más contundente para fortalecer una crítica consistente del estado de cosas imperante. Lo anterior nos muestra, simplemente, que “El Evo”, los presidentes miembros del ALBA y la vieja y nueva progresía continental, después de tantos años de batalla, no han entendido que los discursos hegemónicos y las prácticas dominantes se combaten en la misma arena del adversario, desde su misma lógica, es decir, desnudando las antinomias de unos modelos sociales y productivos que jamás encontrarán el justo medio entre la acumulación y la sostenibilidad, pero dicho en terminos semejantes a quienes desde las metrópolis no reconocen los problemas como tales, como bien lo hicieran hace más de cuarenta años Rachel Carson y sus predecesores.

Si de lo que se trata es de retomar el camino de la sostenibilidad y generar formas alternativas para relacionarnos con la biosfera, nuestras vanguardias deberían entender, de una vez por todas, que no es con arengas y sacos de alpaca, al mejor estilo de “El Evo”, como nos reencontraremos con la Pacha Mama.