jueves, 14 de octubre de 2010

DEMOCRACIA CHURCHILLIANA

Con ocasión del premio Nobel concedido a Mario Vargas Llosa y sus posiciones en defensa del Liberalismo, tres noticias reafirmaron mi adhesión irrenunciable a la democracia en su versión churchilliana, esto es, que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”.

La primera es una nota de Granma, del 8 de octubre. Para el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba, antes que cualquier cosa, Vargas Llosa es el “antinobel de la ética”, por su “catadura moral, los desplantes neoliberales, la negación de sus orígenes y la obsecuencia ante los dictados del imperio”. Finaliza la nota señalando que “no hay causa indigna en esta parte del mundo que Mario Vargas Llosa deje de apoyar y aplaudir”.

La segunda es el despido de más de 500 mil trabajadores estatales en Cuba y el comunicado emitido el 13 de septiembre por el único sindicato autorizado en la isla, la Central de Trabajadores de Cuba –CTC-. Para el Secretariado Nacional de la CTC, los despidos se justifican porque “es necesario elevar la producción y la calidad de los servicios, reducir los abultados gastos sociales y eliminar gratuidades indebidas y subsidios excesivos”.

La tercera, publicada el 1 de octubre en la web de Caracol Radio, reproduce las declaraciones del vicepresidente del Consejo Gremial de Colombia, en las cuales anuncia que de acuerdo con sus cálculos, el “incremento del salario mínimo en el 2011 no puede ser superior a la inflación”, es decir, que el aumento no podría ser mayor al 3,9%.

¿Y? se preguntarán algunos. ¿Qué tiene que ver el premio Nobel de literatura con los despidos masivos en Cuba, o Vargas Llosa con el aumento del salario mínimo en Colombia? A simple vista nada. No obstante, la nueva situación cubana, su avance “en el desarrollo y la actualización del modelo económico” –como bien señala la CTC- y las excusas del régimen frente a hechos indefendibles desde la ortodoxia Marxista – Leninista, parecieran mostrar que la democratización de los regímenes políticos latinoamericanos y la crítica al gobierno de la Habana, abanderadas por Vargas Llosa, no eran causas del todo indignas.

Las antinomias del modelo cubano y lo inevitable de las medidas tomadas, ponen en cuestión, esas sí, la ética de su dirigencia y de quienes tienen por obligación defender los derechos de los trabajadores, es decir, sus sindicatos.  La inexistencia de pesos y contrapesos en el sistema político cubano llevan a que, en la práctica, estos despidos se hayan justificado con comunicados que parecen tomados de la página del Banco Mundial y que todos tengan que estar de acuerdo. Con eufemismos, se pretende maquillar la doble moral del régimen, que extrañamente profundizará el socialismo desde la aplicación del neoliberalismo.

Inevitablemente las contradicciones de Cuba y su desprecio por la democracia burguesa me han llevado a pensar en el anuncio del Consejo Gremial y el aumento del salario mínimo en nuestro país.

La historia reciente pareciera mostrar que la negociación salarial entre el gobierno nacional, el consejo gremial y las centrales obreras, es un ejercicio inocuo del cual podría prescindirse, ya que es evidente que en esta pelea, pactada a un asalto, no solamente se conoce de antemano al ganador, sino que el juez último termina siendo la inflación. De ahí que muchos sentirían alivio al no tener que soportar el penoso espectáculo de ver en vivo y en directo al Ministro de Protección Social explicando con cinismo los enormes beneficios que traerá para nuestra economía y los trabajadores el generoso aumento proyectado por el gobierno nacional previamente pactado con los empresarios, y a las centrales obreras, cada vez más caricaturescas por causa de su raquitismo, denunciando los abusos patronales y el inequitativo incremento concedido por el gobierno nacional.

A pesar de su aparente inutilidad, este enfrentamiento entre los mundos del trabajo y del capital permite establecer una diferencia entre las posibilidades de una sociedad democrática y cualquier otra regida por una forma distinta de gobierno. Todas las formas de organización política son de suyo injustas y sus estructuras de dominación hacen que sean muy pocos quienes decidan la suerte de muchos. No obstante, las democracias dan la oportunidad de mirar al poder a los ojos y desafiar sus designios. Puede que la pelea, por desigual, casi siempre termine en derrota, pero al permitir el simulacro de la confrontación se ponen sobre el tapete los antagonismos necesarios para pensar y recrear alternativas de cambio.

Esto es lo que hace mejor a la democracia y lo que me lleva a adherir a ésta de forma incondicional. También pareciera ser la manera como la literatura de Vargas Llosa expresa su defensa de la libertad, lo que la academia sueca premió en su obra: “por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”.

viernes, 8 de octubre de 2010

EN FUERA DE LUGAR



En Bolivia, el pasado fin de semana el Movimiento Sin Miedo (MSM) y el Movimiento al Socialismo (MAS), quisieron limar asperezas en un partido de fútbol. Los primeros, en cabeza del hoy alcalde de La Paz, Luis Rivilla, rompieron con el presidente Evo Morales y la coalición de gobierno, entrado el 2010, por cuenta de la campaña de estos últimos para eliminar con demandas judiciales a gobernadores y alcaldes opositores.

Muy a pesar de las buenas intenciones, el esperado encuentro no trajo la concordia. Pasados cinco minutos del primer tiempo el presidente de la República de Bolivia se salió de casillas ante la infracción de un rival y, a la primera desatención del árbitro, tomó la justicia por mano propia encajando un fuerte rodillazo en la entrepierna de su agresor. De esta manera las diferencias no solamente no se limaron, sino que todos quedaron con el sin sabor de ver a la máxima autoridad de los bolivianos recurriendo a prácticas antideportivas, con el agravante de ver que éstas quedaron en la total impunidad.

Se dirá que así es el futbol y que poco o nada importan los títulos y las dignidades de los jugadores a la hora de hacer respetar su divisa. Nada más cierto. Por esta razón su actitud en la cancha no es realmente censurable y quien haya jugado fútbol puede dar razón de esto. En este caso más valía defender la camiseta del MAS que procurar un acercamiento con sus ex aliados. Sin embargo, aunque desde su masificación el fútbol y la política han sido amigos inseparables, el problema de “El Evo” es no haber entendido –entre muchas otras cosas- que en el ejercicio del poder político el deporte es simplemente un medio, nunca un fin.

Lo que es impresentable es que el Presidente se sitúe fuera de lugar.

Los príncipes de todos los pelambres deben su autoridad no solamente a la titularidad de la misma. Para detentar el poder y ejercerlo con eficiencia es también necesario provocar en los gobernados la imagen de lo que éstos desean hallar en él. Bien recomendaba Maquiavelo que, “por encima de todo, el príncipe debe ingeniarse por parecer grande e ilustre en cada uno de sus actos”, cosa que refrendaría cuatro siglos más tarde Groucho Marx al asegurar que “el secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio... si puedes simular eso, lo has conseguido”.

En busca de lo anterior los regímenes políticos se han apoyado en el fútbol para explotar simbólicamente el simulacro de una vida en común, en el que es posible condensar, en vivo y en directo, el cuerpo de la nación. Se recurre políticamente al fútbol, pero desde la galería, desde donde se pueden exaltar los valores deportivos sin derramar una gota sudor. Esta es una de las facetas del ejercicio del poder: la de exhibir.

La otra es la faceta que debe mantenerse oculta, la de la acción puramente instrumental. En ésta insultar al adversario, escupirlo, tocarle los testículos, halarle la camiseta o golpearlo en estado de indefensión, son, en el fútbol y en la política simples medios para alcanzar un fin determinado. Por esta razón a “El Evo” lo cogieron en fuera de lugar, por pretender sacar réditos políticos de un partido de fútbol sometiéndose a las reglas y conducta propias del mismo, revelando aquello que todos somos o podemos llegar ser, pero en lo cual nadie quiere verse reflejado.

jueves, 7 de octubre de 2010

INSTINTO DE SUPERVIVENCIA

La supervivencia, y el instinto que le subyace, son el motor de la acción en el reino animal. En los humanos, a pesar de su domesticación, este instinto pareciera prevalecer, ser irreductible. Pero solo pareciera si nos atenemos a las cifras de accidentalidad vial y a las noticias de borrachines causando estragos detrás del volante. A pesar de la vanidad humana y la cacareada superioridad del hombre sobre la bestia, la realidad se obstina en demostrar que en Colombia los conductores desarrollan este instinto en menor medida que un animal cualquiera.

No es un problema exclusivo de los colombianos, por supuesto. El irrespeto a las normas de tránsito y la incomprensión de los riesgos que esto supone es un problema global. En todos los países del mundo hay muertos por accidentes de tránsito y casi todos los casos son producto de la imprudencia o la estupidez de los conductores. Sin embargo, las cifras muestran que en nuestro país, siempre en competencia con Bolivia, Ecuador y Perú, las cosas son mucho peores. Las cifras del Fondo de Prevención Vial –viejísimas, por demás- son reveladoras: mientras que en el año 2005 en Alemania hubo 1 muerto en accidentes de tránsito por cada 10 mil vehículos y en Uruguay 1.1, en Colombia esa cifra de fue de 11.9, en Bolivia 16,7 y en Perú 41,5. Del mismo modo, el Instituto de Medicina Legal reportó que, en 2008, aproximadamente el 50% de los accidentes de tránsito en los cuales hubo muertos fueron provocados por conductores ebrios.

La desaprensión frente a reglas tan elementales como las de tránsito son sintomáticas de una dislocación mayor. Como bien señalara Mockus, la distancia entre la ley, la moral y la cultura, no permite reconocernos en marcos de acción comunes. No solo en la conducción, sino en cualquier actividad que obligue el reconocimiento de la alteridad, la agencia de los colombianos no se somete a principios orientadores que permitan el disfrute de la libertad en términos de equivalencia. El irrespeto por el peatón, por la vida de los demás conductores y por la de los conductores mismos, pone de presente que no se actúa pensado en términos de comunidad, ni mucho menos de sociedad, lo que deriva en un individualismo selectivo y depredador, en el cual la autodeterminación nos hace libres pero para afectar a los demás.

Los muertos en los accidentes y el lloriqueo de los infractores recuerdan a diario que la anomia generalizada y la imposibilidad de interiorizar los mecanismos de coordinación social propios del mundo moderno, entre ellos el imperio de la ley, hace de los colombianos individuos tremendamente vulnerables. En los animales el instinto de supervivencia está siempre presente. Frente a una circunstancia de riesgo hay solo dos alternativas: la vida o la muerte. Si se sobrevive, el aprendizaje es para toda la vida. En los colombianos, por el contrario, la libertad de llevar al límite sus impulsos no encuentra barrera ni en el aprendizaje individual, ni mucho menos en la protección que brinda la legalidad instituida. Esta es una de las tantas paradojas de nuestro difícil ingreso a la modernidad. Por un lado, neutralizamos los instintos que aún nos ligan con el resto del reino animal, pero a cambio de eso no apropiamos las prácticas y las mentalidades de la civilización que son, en últmas, las herramientas necesarias para sortear los avatares de vivir el mundo de la libertad sin mayores contratiempos.