Con ocasión del premio Nobel concedido a Mario Vargas Llosa y sus posiciones en defensa del Liberalismo, tres noticias reafirmaron mi adhesión irrenunciable a la democracia en su versión churchilliana, esto es, que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”.
La primera es una nota de Granma, del 8 de octubre. Para el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba, antes que cualquier cosa, Vargas Llosa es el “antinobel de la ética”, por su “catadura moral, los desplantes neoliberales, la negación de sus orígenes y la obsecuencia ante los dictados del imperio”. Finaliza la nota señalando que “no hay causa indigna en esta parte del mundo que Mario Vargas Llosa deje de apoyar y aplaudir”.
La segunda es el despido de más de 500 mil trabajadores estatales en Cuba y el comunicado emitido el 13 de septiembre por el único sindicato autorizado en la isla, la Central de Trabajadores de Cuba –CTC-. Para el Secretariado Nacional de la CTC, los despidos se justifican porque “es necesario elevar la producción y la calidad de los servicios, reducir los abultados gastos sociales y eliminar gratuidades indebidas y subsidios excesivos”.
La tercera, publicada el 1 de octubre en la web de Caracol Radio, reproduce las declaraciones del vicepresidente del Consejo Gremial de Colombia, en las cuales anuncia que de acuerdo con sus cálculos, el “incremento del salario mínimo en el 2011 no puede ser superior a la inflación”, es decir, que el aumento no podría ser mayor al 3,9%.
¿Y? se preguntarán algunos. ¿Qué tiene que ver el premio Nobel de literatura con los despidos masivos en Cuba, o Vargas Llosa con el aumento del salario mínimo en Colombia? A simple vista nada. No obstante, la nueva situación cubana, su avance “en el desarrollo y la actualización del modelo económico” –como bien señala la CTC- y las excusas del régimen frente a hechos indefendibles desde la ortodoxia Marxista – Leninista, parecieran mostrar que la democratización de los regímenes políticos latinoamericanos y la crítica al gobierno de la Habana, abanderadas por Vargas Llosa, no eran causas del todo indignas.
Las antinomias del modelo cubano y lo inevitable de las medidas tomadas, ponen en cuestión, esas sí, la ética de su dirigencia y de quienes tienen por obligación defender los derechos de los trabajadores, es decir, sus sindicatos. La inexistencia de pesos y contrapesos en el sistema político cubano llevan a que, en la práctica, estos despidos se hayan justificado con comunicados que parecen tomados de la página del Banco Mundial y que todos tengan que estar de acuerdo. Con eufemismos, se pretende maquillar la doble moral del régimen, que extrañamente profundizará el socialismo desde la aplicación del neoliberalismo.
Inevitablemente las contradicciones de Cuba y su desprecio por la democracia burguesa me han llevado a pensar en el anuncio del Consejo Gremial y el aumento del salario mínimo en nuestro país.
La historia reciente pareciera mostrar que la negociación salarial entre el gobierno nacional, el consejo gremial y las centrales obreras, es un ejercicio inocuo del cual podría prescindirse, ya que es evidente que en esta pelea, pactada a un asalto, no solamente se conoce de antemano al ganador, sino que el juez último termina siendo la inflación. De ahí que muchos sentirían alivio al no tener que soportar el penoso espectáculo de ver en vivo y en directo al Ministro de Protección Social explicando con cinismo los enormes beneficios que traerá para nuestra economía y los trabajadores el generoso aumento proyectado por el gobierno nacional previamente pactado con los empresarios, y a las centrales obreras, cada vez más caricaturescas por causa de su raquitismo, denunciando los abusos patronales y el inequitativo incremento concedido por el gobierno nacional.
A pesar de su aparente inutilidad, este enfrentamiento entre los mundos del trabajo y del capital permite establecer una diferencia entre las posibilidades de una sociedad democrática y cualquier otra regida por una forma distinta de gobierno. Todas las formas de organización política son de suyo injustas y sus estructuras de dominación hacen que sean muy pocos quienes decidan la suerte de muchos. No obstante, las democracias dan la oportunidad de mirar al poder a los ojos y desafiar sus designios. Puede que la pelea, por desigual, casi siempre termine en derrota, pero al permitir el simulacro de la confrontación se ponen sobre el tapete los antagonismos necesarios para pensar y recrear alternativas de cambio.
Esto es lo que hace mejor a la democracia y lo que me lleva a adherir a ésta de forma incondicional. También pareciera ser la manera como la literatura de Vargas Llosa expresa su defensa de la libertad, lo que la academia sueca premió en su obra: “por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”.
La primera es una nota de Granma, del 8 de octubre. Para el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba, antes que cualquier cosa, Vargas Llosa es el “antinobel de la ética”, por su “catadura moral, los desplantes neoliberales, la negación de sus orígenes y la obsecuencia ante los dictados del imperio”. Finaliza la nota señalando que “no hay causa indigna en esta parte del mundo que Mario Vargas Llosa deje de apoyar y aplaudir”.
La segunda es el despido de más de 500 mil trabajadores estatales en Cuba y el comunicado emitido el 13 de septiembre por el único sindicato autorizado en la isla, la Central de Trabajadores de Cuba –CTC-. Para el Secretariado Nacional de la CTC, los despidos se justifican porque “es necesario elevar la producción y la calidad de los servicios, reducir los abultados gastos sociales y eliminar gratuidades indebidas y subsidios excesivos”.
La tercera, publicada el 1 de octubre en la web de Caracol Radio, reproduce las declaraciones del vicepresidente del Consejo Gremial de Colombia, en las cuales anuncia que de acuerdo con sus cálculos, el “incremento del salario mínimo en el 2011 no puede ser superior a la inflación”, es decir, que el aumento no podría ser mayor al 3,9%.
¿Y? se preguntarán algunos. ¿Qué tiene que ver el premio Nobel de literatura con los despidos masivos en Cuba, o Vargas Llosa con el aumento del salario mínimo en Colombia? A simple vista nada. No obstante, la nueva situación cubana, su avance “en el desarrollo y la actualización del modelo económico” –como bien señala la CTC- y las excusas del régimen frente a hechos indefendibles desde la ortodoxia Marxista – Leninista, parecieran mostrar que la democratización de los regímenes políticos latinoamericanos y la crítica al gobierno de la Habana, abanderadas por Vargas Llosa, no eran causas del todo indignas.
Las antinomias del modelo cubano y lo inevitable de las medidas tomadas, ponen en cuestión, esas sí, la ética de su dirigencia y de quienes tienen por obligación defender los derechos de los trabajadores, es decir, sus sindicatos. La inexistencia de pesos y contrapesos en el sistema político cubano llevan a que, en la práctica, estos despidos se hayan justificado con comunicados que parecen tomados de la página del Banco Mundial y que todos tengan que estar de acuerdo. Con eufemismos, se pretende maquillar la doble moral del régimen, que extrañamente profundizará el socialismo desde la aplicación del neoliberalismo.
Inevitablemente las contradicciones de Cuba y su desprecio por la democracia burguesa me han llevado a pensar en el anuncio del Consejo Gremial y el aumento del salario mínimo en nuestro país.
La historia reciente pareciera mostrar que la negociación salarial entre el gobierno nacional, el consejo gremial y las centrales obreras, es un ejercicio inocuo del cual podría prescindirse, ya que es evidente que en esta pelea, pactada a un asalto, no solamente se conoce de antemano al ganador, sino que el juez último termina siendo la inflación. De ahí que muchos sentirían alivio al no tener que soportar el penoso espectáculo de ver en vivo y en directo al Ministro de Protección Social explicando con cinismo los enormes beneficios que traerá para nuestra economía y los trabajadores el generoso aumento proyectado por el gobierno nacional previamente pactado con los empresarios, y a las centrales obreras, cada vez más caricaturescas por causa de su raquitismo, denunciando los abusos patronales y el inequitativo incremento concedido por el gobierno nacional.
A pesar de su aparente inutilidad, este enfrentamiento entre los mundos del trabajo y del capital permite establecer una diferencia entre las posibilidades de una sociedad democrática y cualquier otra regida por una forma distinta de gobierno. Todas las formas de organización política son de suyo injustas y sus estructuras de dominación hacen que sean muy pocos quienes decidan la suerte de muchos. No obstante, las democracias dan la oportunidad de mirar al poder a los ojos y desafiar sus designios. Puede que la pelea, por desigual, casi siempre termine en derrota, pero al permitir el simulacro de la confrontación se ponen sobre el tapete los antagonismos necesarios para pensar y recrear alternativas de cambio.
Esto es lo que hace mejor a la democracia y lo que me lleva a adherir a ésta de forma incondicional. También pareciera ser la manera como la literatura de Vargas Llosa expresa su defensa de la libertad, lo que la academia sueca premió en su obra: “por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”.