viernes, 30 de enero de 2015

QUIÉN DIJO MIEDO


La victoria de Alexis Tsipras y su partido Syriza en las elecciones parlamentarias del domingo pasado en Grecia y la irrupción de fuerzas políticas arraigadas en movimientos sociales surgidos en respuesta a las recetas de ajuste y austeridad, tanto en Grecia como España, han hecho que el miedo corroa a los grandes poderes de la Unión Europea. De un lado, por el avance de las salidas populistas a la crisis, radicales y a la izquierda, como en el caso griego; de otro, por la evidencia del debilitamiento de los modelos de integración y democrático de mercado que, francamente, no han hecho correr los ríos de leche y miel prometidos, por lo menos para las capas medias de estos países, las principales damnificadas con la debacle financiera e inmobiliaria iniciada en 2008.

A su vez, en este clima de zozobra, desde el pasado mes de mayo la vida política española ha sufrido un fuerte sacudón por la consolidación de una alternativa política al bipartidismo, surgida de la entraña de los indignados. Podemos, partido liderado por Pablo Iglesias e hijo directo del 15M, no sólo conquistó cinco escaños en el Parlamento Europeo, sino que se perfila como protagonista de las cuatro jornadas electorales de este año en España.

La sin salida de millones de desempleados, los seis años de políticas de austeridad impuestas por la troika económica europea (Banco Central Europeo, Comisión Económica Europea y Fondo Monetario Internacional) para asegurar los pagos a la deuda resultante y el descrédito del PP y el PSOE, llevaron a que una coalición de movimientos radicales, liderada por profesores universitarios cercanos al socialismo del siglo XXI, aupada por un discurso centrado en el derribamiento de la casta bipartidista y su corte, y orientada a auditar públicamente y renegociar los términos de la deuda soberana, pusiera en entredicho el modelo democrático de la transición.    

Al desafío propuesto, la respuesta del establecimiento ha sido errática, inocua y pensada a las carreras, y antes que sofocar la movilización, ha logrado impulsar a los advenedizosAunque para la mayoría de españoles las cosas no van bien, los llamados al cambio y la polifonía resultante, en boca de quienes han sido directamente culpables de la crisis, no provoca identidades con los intereses y anhelos de la gente.

El PP es muestra de ello. Mariano Rajoy, actual presidente del gobierno, habla del cambio sin sacudirse de los escándalos de corrupción de su partido (en especial frente al caso Bárcenas), limitándose a decir que la crisis es cosa del pasado. Por los lados del PSOE las cosas no son muy distintas. Frente a la necesidad de transformar la acción del partido al tenor de los problemas de sus votantes, que están entre los que se inclinarán por la versión socialista de Podemos, resuelve elegir como Secretario General a Pedro Sánchez, un dirigente livianito, que no tiene interlocución con la nomenclatura del partido, y que además fue consejero de Caja Madrid, uno de los bancos más cuestionados durante la crisis.

Es aquí donde el populismo entra en acción y detenerlo no parece fácil. Y hablo del populismo no solamente como una práctica política desviada de las lógicas de la democracia liberal, que acude a la vaguedad, la irracionalidad y el autoritarismo. Lo pienso también desde lo planteado por Laclau, como práctica política que permite articular demandas populares heterogéneas que surgen en oposición y como reclamo frente a un poder que las ignora o las rechaza, y que logra, como en el caso de Podemos, valerse de una noción de cambio que, a diferencia de la propuesta por la casta, aglutina el descontento y permite traducir su tragedia cotidiana en un discurso político inteligible y coherente. 

La democracia liberal o burguesa, es quizá el único régimen político que permite de forma abierta y deliberada provocar su quiebra y en Europa este proceso se incuba cada vez con mayor fuerza. En sociedades complejas, multiculturales y tremendamente cambiantes como las que hoy se construyen en la mayoría de sus países, la integración de mercados y la extensión de una democracia sustentada únicamente en el fomento a  la libertad de empresa, no parecen no ser suficientes. Y con gobiernos a merced de los intereses de las grandes corporaciones y el capital financiero y partidos políticos que limitan sus prácticas a su simple reproducción y persistencia, resultados como los de Syriza o Podemos son una consecuencia casi obligada.

Hace algunos años escribí, pensando con el deseo, que luego del 15M "el distanciamiento de los ciudadanos con el centro poder, parece no tener reversa. De ahí que quizá se hayan sentado los cimientos de un movimiento social que abandona la retórica antisistémica y encuentra que la democracia es la única respuesta posible”. Pues bien, el tiempo parece haber dado la razón, y entre más se amplía esa distancia, mayores son las posibilidades de forjar alternativas populistas que aglutinen los intereses de los más. Y es que éstas, aún con sus inconsistencias y peligros, hablan un lenguaje que hace ya mucho tiempo olvidaron los dueños del poder. 

sábado, 17 de enero de 2015

CASABLANCA LA BELLA

Semana 2. 05/01/2015 – 11/01/2015


Fernando Vallejo.
Casablanca la bella
Alfaguara. 2013. 185pp.

La segunda semana del año empecé a saldar mis deudas con autores colombianos, especialmente con vedettes o bestsellers que no me habían generado, hasta hoy, un mínimo asomo de curiosidad. Uno de ellos es Fernando Vallejo, a quien desde mis diecisiete años, cuando leí Chapolas Negras, su biografía de José Asunción Silva, no quise volver a leer. Su prosa panfletaria, desenfrenada, cargada de odio contra todos y contra todo, pudo resultar chocante en mi adolescencia, no solo porque, intuyo, era difícil de digerir, sino porque en sus peroratas no encontré un correlato con mi propia experiencia. Aunque no lo recuerdo, supongo que en ese tiempo sus libros no me decían nada.  

Después de casi veinte años muchas cosas cambiaron. Vallejo pasó de ser un escritor de culto, expatriado en México, biógrafo de poetas y autor de La virgen de los sicarios, a convertirse en una especie de conciencia nacional y, por ello, en una lectura obligatoria por su desmesura, su desazón y su tenacidad en la denuncia de las lacras que lo atormentan. Por mi parte, además del evidente paso del tiempo, algo habrá cambiado para que un libro como Casablanca la bella, su última novela, con sus disparos al aire, sus condenas a la casi totalidad de instituciones de occidente, siempre blasfematorias e infamantes, me hubiera resultado conmovedora.   

Casablanca la bella, un libro pequeño, de menos de 200 páginas, es realmente emotivo. Una sumatoria de sentimientos en torno a lo inevitable de la soledad y el transcurrir del tiempo; temas que se despliegan en la metáfora de una casa que es restaurada y destruida (la nación colombiana, quizá), siendo una empresa imposible, como imposible es cualquier intento de construir legados frente a la vacuidad de cualquier iniciativa humana, sea esta individual o colectiva, y mucho más si es en Colombia.  

Fernando Vallejo, quien habla siempre en primera persona, recrea el rescate de una vieja casa en el barrio Laureles, en su natal Medellín, proyecto que se asocia de forma inevitable a Casaloca, la casa de sus padres ubicada frente a Casablanca, de la que huyó a los once años; o la casa de Santa Anita, la finca de sus abuelos, sitio en el que fue realmente feliz. Pasadas casi seis décadas. Vuelve a Laureles, a Casablanca,  pero en ese proceso sufre las desventuras de un emprendimiento que está condenado al desastre.

La reconstrucción de Casablanca lleva al narrador a recorrer sus pasos, a partir de las desventuras propias de una obra civil (la compra de los materiales, la búsqueda de los albañiles, las cañerías rotas, la estafa misma que supuso la compra de la casa) en las cuales va introduciendo diálogos con vivos, muertos y, principalmente, con las ratas de Casablanca, que por su bondad, amor y conocimiento del ambiente mortecino de la ciudad, se convierten interlocutoras de primer orden para el nuevo inquilino, quien demuestra su cariño a los animales reafirmando la misantropía que recorre la travesía del autor por sus recuerdos.

Esto bien se expresa cuando sus niñitas, las ratas, lo inquieren sobre su legado en la tierra, a lo que responde que más que un legado buscará dejar una herencia, porque “el legado se lo contagiaron a ustedes, niñas, los mismos que les contagiaron la peste: los bípedos que excretan sentados pero que caminan parados en dos patas (…) y ahí van por la superficie del globo como hormigas sobre un mapamundi. La fuerza de gravedad los retiene. Que si no… No inventar yo una antifuerza que suprima la otra y los lance al espacio intergaláctico donde se los trague un agujero negro”.

Estas conversaciones se entreveran de forma descuadernada en la reconstrucción de la memoria, con digresiones en las que van y vuelven personas y acontecimientos que definieron la vida del narrador, y simultáneamente emergen con violencia diatribas contra una ciudad que ya no es su ciudad, no solo porque “en los años que dejé de verla, que son los que llevan haciendo su obra los sicarios, se volvió otra”, sino porque en allí se condensan y se ven expresadas las tirrias del autor, que recaen sobre la iglesia católica, los pobres, las ciencias y en especial la física, las mujeres, los políticos de aquí, de allá y de acullá, los desechables, entre muchos otros. A éstas se suman los recuerdos de sus pocos amores, que serán a su vez las primeras invitadas a su Casablanca “a saber: mi abuela Raquel, mi perra Argia, mi perra Bruja, mi perra Kim y mi perra Quina”, todas hijas de una memoria que se resiste a desaparecer.

En ese ir y venir, con la demolición de Casaloca el protagonista logra, culminar una obra que parecía no tener final, no sin antes sufrir la aniquilación de su última fuente de recuerdos. Muy a tiempo, a pesar de todo, concluye un proyecto que le permitirá entronizar el corazón de Jesús y ubicar el reloj de Santa Anita en su propia casa, no para contar el tiempo que pasó, con todos sus muertos a cuestas, sino para marcar minuto a minuto el tiempo que le queda. Inútil todo, ya que, como era de esperarse, en menos de un día, Casablanca sucumbe a la estulticia de una sociedad y de un país en el que “hay días en que todo está mal. Pero hay días en que todo está peor".

Como bien lo señalé, no he sido lector de Vallejo. Pero después de ver muchas de sus entrevistas, pareciera que sus odios y diatribas se repitieran de manera interminable. Sin embargo, desde las primeras páginas de Casablanca la bella, nos dice su autor que, pese a los cambios de su país, de su ciudad, de su idioma, él permanecerá incólume. “¿También cambio yo? ¡Jamás!  Soy el que siempre he sido, un río fiel a su corriente. En mis remolinos revuelco vivos y los pongo a girar, a girar, a girar como disco rayado a 78 revoluciones por minuto. Con su último ¡Dios mío! en la boca los saco boqueando, para volverlos a hundir para volverlos a sacar, ahora sí, ciento por ciento ahogados”.


Me pregunto, entonces, si tanto martillar sobre los mismos males pueda redundar en un agotamiento de su obra, si siempre decir lo mismo acabará por aburrir a su legión de seguidores. Sinceramente no lo sé. Pero escribir sobre Colombia y su imposibilidad como nación, permite recabar una y otra vez sobre lo mismo, sin que la realidad diga lo contrario.

domingo, 4 de enero de 2015

PARALIZADOS

Es asombroso que después de 15 años de discutir y diagnosticar los problemas y las respuestas a la movilidad de la ciudad, una propuesta de perogrullo del alcalde de Bogotá haya sido la noticia más importante en la primera semana del año. Para Petro, “la descongestión de una ciudad pasa en primer lugar por dejar de usar intensivamente el carro particular”, rematando que “la mayor demostración de cultura ciudadana, yo diría democrática, es dejar de usar el carro de manera intensiva”. Así como se lee. Para la administración distrital (si, la de los Progresistas) la respuesta a la movilidad está en retomar las ideas básicas de Peñalosa, denostadas durante once años de gobiernos de izquierda. 

La propuesta, aunque prestada, es urgente y requiere de un fuerte impulso, no solo por la administración distrital, sino por quienes entienden que la solución al caos del transporte no está en la masificación del vehículo particular. De la misma manera es claro que el ejercicio real de la ciudadanía y de la práctica democrática, el de la vida cotidiana, pasa por el disfrute de espacios y servicios públicos de calidad, entre ellos el del transporte. El alcalde, entonces, tiene toda la razón. El problema es otro, y es que el burgomaestre, quien no coge buseta o Transmilenio, ni se le ha visto jamás encima de una bicicleta, no tiene nada que ofrecer a la minoría que se resiste a padecer el infierno de quienes tenemos que, por obligación, por física necesidad, hacer uso del transporte público. 

¿Alguien dudaría que los vehículos particulares sean parte del problema? Creo que no. No solo porque movilizan a menos de la quinta parte de los bogotanos, sino porque la ineptitud de los gobiernos distritales para mejorar la infraestructura vial, hacen que ésta no soporte ni vaya a soportar el volumen enorme de carros que entra a la ciudad año a año, que ya es realmente escandaloso. Según cifras de la Secretaria de Ambiente entre 2007 y 2013 circularon en la ciudad 550.280 carros nuevos, incrementándose el parque automotor en alrededor de un 35% en siete años, al pasar de 839.251 en 2007 a 1.389.531 en 2013.   

Aunque obvias, las ideas de Petro son buenas pero impactarían más si le sirvieran a él mismo para la autocrítica. Romper con la mezquindad de quienes no se bajan del carro particular, entre ellos el propio alcalde, es posible si se rompe también, y de forma definitiva, con la improvisación y los bandazos distintivos de su administración. Para enriquecer la discusión debería primero ponerle coto a la mala gerencia del SITP, a los retrasos en las fases faltantes del Transmilenio y mejorar las condiciones para el uso intensivo de medios alternativos de transporte como la bicicleta, que hoy son solo retórica oficial viendo el estado de las ciclorutas y la pasividad de las autoridades distritales frente a los abusos contra los bici usuarios.

El debate está servido y la movilidad empeorando. Y aunque el alcalde insista, como lo hizo hace menos de un mes en una entrevista dada a El Tiempo, que “nuestro interlocutor preferido era Peñalosa y aquí, entonces, hay dos modelos de ciudad que se discuten desde hace 15 años”, los problemas en materia de transporte no caben en ese antagonismo. Estos se agudizan y las soluciones son las mismas. Sería sano, entonces, que Petro y su gabinete asumieran su responsabilidad en la materia, le mermaran al activismo y le mostraran a quienes los señalan de improvisar que, efectivamente, “es una de las acusaciones más injustas que se nos han hecho”, como bien lo manifestó en la entrevista de marras. Aunque, seamos sinceros, quizá sea mucho pedir. 



sábado, 3 de enero de 2015

COMER O NO COMER Y OTRAS NOTAS DE COCINA.



Semana 1. 29/12/2014 – 04/01/2015.


Antonio Caballero.
Comer o no comer y otras notas de cocina
El Ancora Editores. 2014. 233pp.

Desde mi adolescencia leer a Antonio Caballero en la Revista Semana ha sido un hábito que, como todos los hábitos, se convirtió en una rutina más. Por esto jamás me interesó su novela, sus crónicas de toros o sus ilustraciones. El resto de su obra la consideré un simple apéndice de su trabajo como periodista y opinador político. Qué gran error y que ligereza la mía. Un observador tan agudo y con tanto oficio, como lo ha sido Caballero por más de cuatro décadas, no podía agotar en su publicación dominical sus críticas y sus caricaturas del poder, los políticos, los Estados Unidos, o todos quienes sufren los azotes de su pluma.   

Afortunadamente para mí, este final de año trajo consigo el despertar de una larguísima abulia literaria y con él la decisión de retomar una empresa fallida de muchos años, leer Sin Remedio, su única novela. El esfuerzo inicial fue titánico, pero el resultado no pudo ser mejor. En poquísimos días devoré sus 572 páginas y descubrí, cosa que no es difícil, muchas de las obsesiones, los gustos y el mundo de un burgués, el sí traidor a su clase, que sin renunciar a los privilegios heredados se convierte en el crítico fundamental de su tiempo.

Así, Sin Remedio, es la historia de Ignacio Escobar Urdaneta, un hijo más de la rancia oligarquía bogotana, que enfrenta las dificultades de la creación poética y, con ella, el despliegue de una experiencia vital que sin proponérselo, siempre en la contingencia, cataliza las pasiones más significativas de la condición humana. Todo ello envuelto en la idea de que las cosas son iguales a las cosas”. Su lectura me conmovió hasta los tuétanos y me permitió leer con otros ojos su último libro, Comer o no comer y otras notas de cocina, publicado hace menos de un mes, el cual recopila escritos alrededor de la mesa y la gastronomía. Estos, valga decirlo, se convierten en un pretexto, o mejor, en un medio para demoler las instituciones que subyugan el ejercicio de la libertad y su disfrute desde la exaltación de los placeres.

Por ello, Comer o no comer… es una oportunidad para corroborar que en este país siempre, o casi siempre, las cosas son iguales a las cosas”. Estos textos, que se dividen en tres acápites: Todo es buenoTodo es malo y Todo depende, plantean aspectos básicos del gusto y de la buena vida, cruzados por las contradicciones y necedades del mundo del cual son una expresión básica, fundamental.

En el primer capítulo, Todo es bueno, se vindica la vida como fuente de placer, principalmente frente a los sensores que se empeñan en reprimirlo, bien desde las talanqueras religiosas o de la corrección política y sus nuevos legionarios. Como “las cosas son iguales a las cosas”, ayer y hoy los escribas se han ensañado con el deleite del cerdo en todas sus preparaciones, el gusto por el tabaco o la entrega a la borrachera, excesos que en la voz de Caballero son una invitación a la apostasía. 

En el segundo capítulo, Todo es malo, se recaba en las penurias de un mundo donde el buen comer, o la exaltación del gusto desde la comida, no es precisamente una virtud ni de nuestras latitudes, ni de nuestro tiempo: al parecer ni ricos, ni pobres, ni colombianos en su casi totalidad, parecen tener idea de eso. Sea por la proliferación de la comida rápida o la persistencia de atavismos que se oponen con fiereza al avance de la civilización, la resistencia al buen comer, la tendencia  a ocultar el verdadero sabor de la comida con salsas o la costumbre de no comer para no tirarse los tragos, son imágenes de un fresco en el que pone en su sitio a los chovinistas que no se han enterado de lo mal que comemos, pero también a los ricos que, por más refinamientos “no comen bien porque no quieren. Y no quieren porque no les gusta”.

En el último capítulo, Todo depende, nos sitúa en la ambivalencia del buen comer y la imposibilidad de conciliar el placer de la comida, la bebida o las drogas, con los riesgos de su exaltación y, por supuesto, su exceso. El cannabis, la gula, el english breakfast, el Pez Globo y todas aquellas experiencias gastronómicas que en abundancia verdaderamente se subliman, justamente por eso siempre se han proscrito por las autoridades. Frente a ello, decreta que “un principio cardinal debe guiar la vida del aficionado a los placeres de la mesa: no hacerles ningún caso a las autoridades. Pero dentro de este principio general rige uno aún más riguroso: no hacerle caso jamás a un médico en materia de comida”.  

Comer o no comer… es un soplo de aire fresco en pleno boom de la gastronomía colombiana. Frente a la superficialidad de quienes apenas han metido sus narices en el mundo de la buena comida y pontifican en el vacío, los artículos de Caballero, así como algunos de los versos de Escobar Urdaneta, tan cargados de cultura, sátira, inteligencia, irreverencia y universalidad, son el resultado de una exploración intensa de los sentidos, vista por un sibarita profundamente culto y refinado que después de comer y callejear durante los últimos cincuenta años, descubrió en la práctica, con un trabajo de campo arduo y consistente, que la libertad es o debiera ser “un festín en el que corran todos los vinos, en el que se abran todos los corazones”, aunque la realidad se empeñe en mostrarnos lo contrario. 

52 LIBROS, 52 SEMANAS


Luego de abandonar por más de tres años este blog, uno de los propósitos para 2015, que espero no corra la misma suerte de los de 2014, es enfrentar un reto muy común por estos días. Este consiste en leer 52 libros en 52 semanas.

Lo que para algunos puede ser simple rutina, para mi es una empresa realmente ambiciosa, titánica. No solo por el tiempo que demandará, sino porque es una manera de retomar un ejercicio muy personal de escritura que abandoné sin ninguna justificación y que para 2015 espero retomar con la constancia y la dedicación necesaria. 

De tal manera que iré comentando semana tras semana las obras que vaya leyendo, haciendo la salvedad que son comentarios de un lector sin pretensiones. La semanas iniciarán cada lunes y terminarán el día domingo, día en el cual espero poder comentar cada uno de los libros.