Semana 1. 29/12/2014
– 04/01/2015.
Antonio Caballero.
Comer o no
comer y otras notas de cocina
El Ancora Editores. 2014. 233pp.
Desde
mi adolescencia leer a Antonio Caballero en la Revista Semana ha sido un hábito
que, como todos los hábitos, se convirtió en una rutina más. Por esto jamás me
interesó su novela, sus crónicas de toros o sus ilustraciones. El resto de su
obra la consideré un simple apéndice de su trabajo como periodista y opinador
político. Qué gran error y que ligereza la mía. Un observador tan agudo y con
tanto oficio, como lo ha sido Caballero por más de cuatro décadas, no podía
agotar en su publicación dominical sus críticas y
sus caricaturas del poder, los políticos, los Estados Unidos, o todos quienes
sufren los azotes de su pluma.
Afortunadamente
para mí, este final de año trajo consigo el despertar de una larguísima abulia
literaria y con él la decisión de retomar una empresa fallida de muchos años,
leer Sin Remedio, su única novela. El esfuerzo inicial fue
titánico, pero el resultado no pudo ser mejor. En poquísimos días devoré sus
572 páginas y descubrí, cosa que no es difícil, muchas de las obsesiones, los
gustos y el mundo de un burgués, el sí traidor a su clase, que sin renunciar a
los privilegios heredados se convierte en el crítico fundamental de su tiempo.
Así, Sin
Remedio, es la historia de Ignacio Escobar Urdaneta, un hijo más de la
rancia oligarquía bogotana, que enfrenta las dificultades de la creación
poética y, con ella, el despliegue de una experiencia vital que sin
proponérselo, siempre en la contingencia, cataliza las pasiones más significativas
de la condición humana. Todo ello envuelto en la idea de que “las
cosas son iguales a las cosas”. Su lectura me conmovió hasta los tuétanos y me
permitió leer con otros ojos su último libro, Comer o no comer y otras
notas de cocina, publicado hace menos de un mes, el cual recopila escritos
alrededor de la mesa y la gastronomía. Estos, valga decirlo, se convierten en
un pretexto, o mejor, en un medio para demoler las instituciones que subyugan
el ejercicio de la libertad y su disfrute desde la exaltación de los placeres.
Por
ello, Comer o no comer… es una oportunidad para corroborar que
en este país siempre, o casi siempre, “las cosas son iguales a las
cosas”. Estos textos, que se dividen en tres acápites: Todo es bueno, Todo
es malo y Todo depende, plantean aspectos básicos del
gusto y de la buena vida, cruzados por las contradicciones y necedades del
mundo del cual son una expresión básica, fundamental.
En
el primer capítulo, Todo es bueno, se vindica la vida como fuente
de placer, principalmente frente a los sensores que se empeñan en reprimirlo,
bien desde las talanqueras religiosas o de la corrección política y sus nuevos
legionarios. Como “las cosas son iguales a las cosas”, ayer y hoy los escribas
se han ensañado con el deleite del cerdo en todas sus preparaciones, el gusto
por el tabaco o la entrega a la borrachera, excesos que en la voz de Caballero
son una invitación a la apostasía.
En
el segundo capítulo, Todo es malo, se recaba en las penurias de un
mundo donde el buen comer, o la exaltación del gusto desde la comida, no es
precisamente una virtud ni de nuestras latitudes, ni de nuestro tiempo: al
parecer ni ricos, ni pobres, ni colombianos en su casi totalidad, parecen tener
idea de eso. Sea por la proliferación de la comida rápida o la persistencia de
atavismos que se oponen con fiereza al avance de la civilización, la
resistencia al buen comer, la tendencia a ocultar el verdadero sabor de la comida con
salsas o la costumbre de no comer para no tirarse los tragos, son imágenes de
un fresco en el que pone en su sitio a los chovinistas que no se han enterado
de lo mal que comemos, pero también a los ricos que, por más refinamientos “no
comen bien porque no quieren. Y no quieren porque no les gusta”.
En
el último capítulo, Todo depende, nos sitúa en la ambivalencia del
buen comer y la imposibilidad de conciliar el placer de la comida, la bebida o
las drogas, con los riesgos de su exaltación y, por supuesto, su exceso. El
cannabis, la gula, el english breakfast, el Pez Globo y todas
aquellas experiencias gastronómicas que en abundancia verdaderamente se
subliman, justamente por eso siempre se han proscrito por las autoridades.
Frente a ello, decreta que “un principio cardinal debe guiar la vida del
aficionado a los placeres de la mesa: no hacerles ningún caso a las
autoridades. Pero dentro de este principio general rige uno aún más riguroso:
no hacerle caso jamás a un médico en materia de comida”.
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