Es
asombroso que después de 15 años de discutir y diagnosticar los problemas y las
respuestas a la movilidad de la ciudad, una propuesta de perogrullo del alcalde
de Bogotá haya sido la noticia más importante en la primera semana del año.
Para Petro, “la descongestión de una ciudad pasa en primer lugar por dejar de
usar intensivamente el carro particular”, rematando que “la mayor demostración
de cultura ciudadana, yo diría democrática, es dejar de usar el carro de manera
intensiva”. Así como se lee. Para la administración distrital (si, la de los
Progresistas) la respuesta a la movilidad está en retomar las ideas básicas de
Peñalosa, denostadas durante once años de gobiernos de izquierda.
La
propuesta, aunque prestada, es urgente y requiere de un fuerte impulso, no solo
por la administración distrital, sino por quienes entienden que la solución al
caos del transporte no está en la masificación del vehículo particular. De la
misma manera es claro que el ejercicio real de la ciudadanía y de la práctica
democrática, el de la vida cotidiana, pasa por el disfrute de espacios y
servicios públicos de calidad, entre ellos el del transporte. El alcalde,
entonces, tiene toda la razón. El problema es otro, y es que el burgomaestre,
quien no coge buseta o Transmilenio, ni se le ha visto jamás encima de una
bicicleta, no tiene nada que ofrecer a la minoría que se resiste a padecer el
infierno de quienes tenemos que, por obligación, por física necesidad, hacer
uso del transporte público.
¿Alguien
dudaría que los vehículos particulares sean parte del problema? Creo que no. No
solo porque movilizan a menos de la quinta parte de los bogotanos, sino porque
la ineptitud de los gobiernos distritales para mejorar la infraestructura vial,
hacen que ésta no soporte ni vaya a soportar el volumen enorme de carros que
entra a la ciudad año a año, que ya es realmente escandaloso. Según cifras de
la Secretaria de Ambiente entre 2007 y 2013 circularon en la ciudad 550.280
carros nuevos, incrementándose el parque automotor en alrededor de un 35% en
siete años, al pasar de 839.251 en 2007 a 1.389.531 en 2013.
Aunque
obvias, las ideas de Petro son buenas pero impactarían más si le sirvieran a él
mismo para la autocrítica. Romper con la mezquindad de quienes no se bajan del
carro particular, entre ellos el propio alcalde, es posible si se rompe
también, y de forma definitiva, con la improvisación y los bandazos distintivos
de su administración. Para enriquecer la discusión debería primero ponerle coto
a la mala gerencia del SITP, a los retrasos en las fases faltantes del
Transmilenio y mejorar las condiciones para el uso intensivo de medios
alternativos de transporte como la bicicleta, que hoy son solo retórica oficial
viendo el estado de las ciclorutas y la pasividad de las autoridades
distritales frente a los abusos contra los bici usuarios.
El
debate está servido y la movilidad empeorando. Y aunque el alcalde insista,
como lo hizo hace menos de un mes en una entrevista dada a El Tiempo, que
“nuestro interlocutor preferido era Peñalosa y aquí, entonces, hay dos modelos
de ciudad que se discuten desde hace 15 años”, los problemas en materia de
transporte no caben en ese antagonismo. Estos se agudizan y las soluciones son
las mismas. Sería sano, entonces, que Petro y su gabinete asumieran su
responsabilidad en la materia, le mermaran al activismo y le mostraran a
quienes los señalan de improvisar que, efectivamente, “es una de las
acusaciones más injustas que se nos han hecho”, como bien lo manifestó en la
entrevista de marras. Aunque, seamos sinceros, quizá sea mucho pedir.
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