viernes, 27 de febrero de 2009

ANTROPOFAGIA Y CONSTITUCIÓN DEL ORDEN

El Caníbal y las metáforas del canibalismo son parte de la visión occidental del mundo. Con éstas se ha deshumanizado lo desconocido, representado lo diferente e ilustrado rupturas y transiciones en órdenes sociales constituidos.

Las referencias políticas son numerosas. Baste recordar que en Colombia el canibalismo ha sido un comportamiento autodestructivo atribuido a la izquierda, cuya principal característica ha sido el desprestigio y la anulación entre copartidarios, por causa de matices ideológicos irreconciliables, aun a expensas de su propia supervivencia política.

En la disputa por el poder y la definición de nuevas realidades, la antropofagia ejemplifica la tensión entre poderes instituidos e instituyentes bajo las lógicas de la democracia y la civilidad. Nadie pensaría que en pleno siglo XXI el canibalismo pudiera ser, en su sentido estricto, un instrumento posible de acción política o un referente simbólico aceptado.

No obstante, al leer en la revista Semana el link http://www.verdadabierta.com/, (dedicado al estudio del paramilitarismo), recordé las declaraciones de alias Robinson reproducidas en un debate adelantado en la Cámara de Representantes. Cuenta Robinson que “a veces nos hacían tomar vasos de sangre o cuando no había carne, pues, para comer, sacábamos la de los muertos (…) el comandante (…) les metía el cuchillo aquí (en el cuello) y chorreaba la sangre, entonces él cogía el vaso y nos lo pasaba a uno por uno. Nos decía que la sangre era para que nos diera sed y siguiéramos matando personas". Tristemente este relato exhibe dos elementos centrales del presente político e institucional colombiano.

En primer lugar evidencia la ferocidad de los grupos violentos, su repulsión hacia las normas mínimas del Derecho Internacional Humanitario y la renuncia a cualquier asomo de honor y gallardía, propios del guerrero. En segundo lugar refleja la legitimación de la barbarie y el canibalismo como dispositivos de disciplinamiento social por parte de algunas élites locales y regionales.

A diciembre de 2008, “la Fiscalía ha detectado 172 casos de políticos involucrados con grupos ilegales, entre los que sobresalen 96 Alcaldes, 23 Concejales, 25 Senadores, 16 Representantes a la Cámara y 12 gobernadores” según datos de http://www.verdadabierta.com/. Es claro, entonces, que gamonales, terratenientes y autoridades locales se beneficiaron y favorecieron del terror como forma de disputar el poder político y alcanzar los distintos niveles de la representación popular. La representación del poder, materializada en el acceso al parlamento y demás cargos de elección popular, se sustentó en el poder de la representación y en el despliegue de imágenes pavorosas acompañadas de antropofagia y genocidios inenarrables.

Ante este panorama bueno es recordar a Norbert Lechner, cuando señala que: “la política es a su vez objeto de la lucha política. Vale decir, [que] la lucha es siempre también una lucha por definir lo que es la política". Esto, ya que el fenómeno de la violencia y el aprovechamiento de la misma para el beneficio de ciertos grupos o individuos no solamente pone en entredicho la legitimidad del Estado, al favorecer desde el poder político institucional la fragmentación de la soberanía a la cual debe su mandato, sino que configura un escenario público inmóvil en el que la reproducción de imágenes y prácticas de terror impiden la construcción de una cultura democrática en la que la imbricación entre poderes instituidos y poderes instituyentes se decida bajo lógicas ciudadanas, que si bien no desconocen el conflicto, permitan negociarlo sin llegar a la ingestión del adversario.

Alejandro Pérez
Febrero 27 de 2009

sábado, 21 de febrero de 2009

¿BRUTALIDAD POLICIAL O BRUTALIDAD SOCIAL? ABUSO DE AUTORIDAD Y ESTADO DE DERECHO

Otra vez la Policía Nacional dando de qué hablar. Hace menos de dos semanas el escándalo corrió por cuenta de los jóvenes quemados en la estación de policía de la localidad de Rafael Uribe Uribe. Hoy las críticas se deben al video transmitido por el Canal RCN en el cual un teniente es sometido a tratos degradantes por parte de sus superiores. Frente a esto la reacción institucional es siempre la misma. Bien sea Naranjo o Palomino, los lugares comunes y las frases de cajón se repiten. “Vergonzoso que servidores de la Institución hubiesen atacado de esa manera a esos jóvenes”, “la Policía Nacional se siente lastimada, porque realmente es una situación indigna”. ¿Y?

El problema de fondo es el uso y legitimación de prácticas degradantes y abusivas por parte de quienes constitucionalmente administran la fuerza y la coerción. La Corte Constitucional señala que las autoridades de policía “son las encargadas de garantizar el derecho constitucional fundamental a la protección a todas las personas dentro del territorio de la República.” En contravía de esto, el accionar de un gran número de policías parece responder a criterios derivados de una lógica sectaria desde la cual los principios democráticos sucumben frente a las prácticas y mentalidades tradicionales del guerrero, pero despojadas de todo principio de honor y respeto por el adversario.

Esto, por supuesto, no es gratuito. Por el contrario, se vincula al desprecio manifiesto de nuestra sociedad por los valores democráticos y los avances del mundo occidental en materia de derechos y libertades individuales. Para muchos colombianos los principios que sostienen el Estado de Derecho, como el debido proceso o la presunción de inocencia, parecieran ser simples entelequias jurídicas o leguleyadas sin asidero en la realidad. Los foros virtuales así lo demuestran.

En www.eltiempo.com, la forista Luzbece comenta la noticia de los jóvenes quemados, señalando que “no es aceptable que todos los medios hablen en contra la autoridad; si bien es cierto deben dar ejemplo; pero qué estaban haciendo estos demonios menores de edad por la calle a esas horas; no sería que estaban haciendo fechorías, robando, intimidando con armas, drogados; muy seguramente habían hecho mucho daño como querían hacerlo al joven que ellos quemaron primero. De qué se quejan estos mocosos, si les dieron de la misma medicina”.

En relación con el video del teniente de la policía, el forista JVC, también en www.eltiempo.com, crítica a los demás participantes señalando que “ninguno de aquí es uniformado como para saber en qué consiste el honor y los códigos que ellos manejan muy diferentes a los de los civiles, tanto que para eso hay una justicia penal militar. Si los estuvieran quemando, golpeando, arreando, dándoles tiros peleen, pero por algo que es voxpopuli en las graduaciones”.

Las arbitrariedades y los escándalos de la policía, más que evidenciar las prácticas indeseables de algunos uniformados, permiten observar algunas de las dificultades por las cuales en Colombia no ha sido posible superar la violencia y edificar una esfera pública regida por los valores heredados de la ilustración. Esto, ya que los rituales y prácticas sectarias no se han confinado al ámbito privado y han terminado por definir, en parte, las relaciones entre el Estado y la Sociedad, limitando de esta manera la consolidación de racionalidades cívicas a través de las cuales el consenso y el conflicto se diriman en espacios reglados por la ley, sobre el entendido de que son estas las únicas formas legitimas de acción.

Alejandro Pérez
Bogotá 21 de Febrero de 2009

CANIBALISMO URBANO: JÓVENES, VIOLENCIA E IDENTIDAD

La aversión hacia los Emos, tan común dentro de las “tribus” urbanas, pasó de la amenaza anónima e inmaterial al acto criminal. Publica el El Tiempo el 10 de Abril que “por ser 'emo', menor fue apuñalado por dos estudiantes al salir del colegio". El odio hacia estos jóvenes se evidencia en las redes sociales. Grupos como “Un millón de voces contra los emos” o “Muerte a los emos” abundan en el Facebook y a nadie pareciera importarle. Este llamado a la muerte no sería preocupante de no ser porque en Colombia las amenazas se convierten, a la vista de todos, en una sentencia de muerte.

¡Yo soy lo que soy, porque no soy como tú! Con estas identidades negativas los grupos juveniles definen sus rituales y prácticas, entre las cuales la violencia se revela, en contextos ajenos al nuestro, como un último recurso a la hora de reivindicar su existencia. En nuestro país, sin embargo, recurren a la exclusión por la vía de las armas como dispositivo privilegiado a la hora de diferenciarse del otro, aún cuando el sustrato del cual devienen sus antagonismos es de una banalidad pasmosa. Las razones que se aducen para atentar contra los Emos, tomadas de los foros virtuales del Facebook, se ubican entre la autenticidad y la identidad sexual.

Dado que la apariencia de estos jóvenes oscila entre el gótico, el metal y el punk, estas tribus urbanas ven en la estética de los “emos” una amenaza a su propia identidad, con el agravante de deber su origen a una moda, a una motivación exclusivamente comercial. Sin embargo, es paradójico que estas mismas tendencias deban su estética a modas definidas en las metrópolis y hayan sido concebidas, en muchos casos, más como estrategias de mercadeo que como reacción o propuesta contracultural.

El punk, por ejemplo, que es la estética arquetípica de lo alternativo durante los últimos treinta años, en sus origenes fue parte de una estrategia comercial definida por Malcom McLaren, manager de The Sex Pistols. ¿Este hecho la invalida? Por supuesto que no. A pesar de emerger como una moda, el Punk y su propuesta musical impactaron positivamente en el despliegue de las luchas políticas alternativas y libertarias en la Inglaterra de finales de los 70s.

De otro lado, los cuestionamientos más vehementes en contra de esta nueva “tribu” no provienen de la pugnacidad subcultural desde la cual los grupos construyen su identidad, sino de la manera como los “Emos” invierten el binomio Hombre/Mujer y logran por la vieja vía de la provocación desplegar su identidad y afianzarla desde el reconocimiento negativo de todos aquellos que se sienten vulnerados por esta estética emergente. Para “Un millón de voces contra los Emos”, por ejemplo, su rechazo se basa en que “les gusta el rosado, lloran, le toman fotos al pelo, los rubios se tiñen de negro y los morenos de güero, son mas vanidosos que las viejas están a la moda”.

¿Lo anterior justifica el que las “tribus” urbanas se debatan entre la vida y la muerte? Evidentemente no. Pero cabe preguntarse ¿por qué para éstas?, a pesar de la vacuidad de sus motivaciones, la violencia se convierte en un recurso irrenunciable. Una respuesta posible es que, a pesar de apropiar tendencias emergentes o alternativas, nuestra juventud no modifica las prácticas y discursos tradicionales propios de la colombianidad en los que, por ejemplo, la violencia es un mediador social legitimado.

Lo triste de este caso es que nuestra sociedad no da muestras de avanzar en la transformación de sus más acendrados antivalores, máxime cuando su juventud, motor privilegiado para la transformación social, en lugar de valorar la posibilidad de ser distinto, perpetúa y socializa la violencia como instrumento legitimo para la afirmación de su propia individualidad. Con sus prácticas, nuestros jóvenes y sus “tribus” urbanas nos remiten más a rituales atávicos cercanos al canibalismo, que a sujetos que reivindican su existencia en la ya tardía modernidad.

Alejandro Pérez
Bogotá, Mayo 1 de 2008