viernes, 30 de enero de 2015

QUIÉN DIJO MIEDO


La victoria de Alexis Tsipras y su partido Syriza en las elecciones parlamentarias del domingo pasado en Grecia y la irrupción de fuerzas políticas arraigadas en movimientos sociales surgidos en respuesta a las recetas de ajuste y austeridad, tanto en Grecia como España, han hecho que el miedo corroa a los grandes poderes de la Unión Europea. De un lado, por el avance de las salidas populistas a la crisis, radicales y a la izquierda, como en el caso griego; de otro, por la evidencia del debilitamiento de los modelos de integración y democrático de mercado que, francamente, no han hecho correr los ríos de leche y miel prometidos, por lo menos para las capas medias de estos países, las principales damnificadas con la debacle financiera e inmobiliaria iniciada en 2008.

A su vez, en este clima de zozobra, desde el pasado mes de mayo la vida política española ha sufrido un fuerte sacudón por la consolidación de una alternativa política al bipartidismo, surgida de la entraña de los indignados. Podemos, partido liderado por Pablo Iglesias e hijo directo del 15M, no sólo conquistó cinco escaños en el Parlamento Europeo, sino que se perfila como protagonista de las cuatro jornadas electorales de este año en España.

La sin salida de millones de desempleados, los seis años de políticas de austeridad impuestas por la troika económica europea (Banco Central Europeo, Comisión Económica Europea y Fondo Monetario Internacional) para asegurar los pagos a la deuda resultante y el descrédito del PP y el PSOE, llevaron a que una coalición de movimientos radicales, liderada por profesores universitarios cercanos al socialismo del siglo XXI, aupada por un discurso centrado en el derribamiento de la casta bipartidista y su corte, y orientada a auditar públicamente y renegociar los términos de la deuda soberana, pusiera en entredicho el modelo democrático de la transición.    

Al desafío propuesto, la respuesta del establecimiento ha sido errática, inocua y pensada a las carreras, y antes que sofocar la movilización, ha logrado impulsar a los advenedizosAunque para la mayoría de españoles las cosas no van bien, los llamados al cambio y la polifonía resultante, en boca de quienes han sido directamente culpables de la crisis, no provoca identidades con los intereses y anhelos de la gente.

El PP es muestra de ello. Mariano Rajoy, actual presidente del gobierno, habla del cambio sin sacudirse de los escándalos de corrupción de su partido (en especial frente al caso Bárcenas), limitándose a decir que la crisis es cosa del pasado. Por los lados del PSOE las cosas no son muy distintas. Frente a la necesidad de transformar la acción del partido al tenor de los problemas de sus votantes, que están entre los que se inclinarán por la versión socialista de Podemos, resuelve elegir como Secretario General a Pedro Sánchez, un dirigente livianito, que no tiene interlocución con la nomenclatura del partido, y que además fue consejero de Caja Madrid, uno de los bancos más cuestionados durante la crisis.

Es aquí donde el populismo entra en acción y detenerlo no parece fácil. Y hablo del populismo no solamente como una práctica política desviada de las lógicas de la democracia liberal, que acude a la vaguedad, la irracionalidad y el autoritarismo. Lo pienso también desde lo planteado por Laclau, como práctica política que permite articular demandas populares heterogéneas que surgen en oposición y como reclamo frente a un poder que las ignora o las rechaza, y que logra, como en el caso de Podemos, valerse de una noción de cambio que, a diferencia de la propuesta por la casta, aglutina el descontento y permite traducir su tragedia cotidiana en un discurso político inteligible y coherente. 

La democracia liberal o burguesa, es quizá el único régimen político que permite de forma abierta y deliberada provocar su quiebra y en Europa este proceso se incuba cada vez con mayor fuerza. En sociedades complejas, multiculturales y tremendamente cambiantes como las que hoy se construyen en la mayoría de sus países, la integración de mercados y la extensión de una democracia sustentada únicamente en el fomento a  la libertad de empresa, no parecen no ser suficientes. Y con gobiernos a merced de los intereses de las grandes corporaciones y el capital financiero y partidos políticos que limitan sus prácticas a su simple reproducción y persistencia, resultados como los de Syriza o Podemos son una consecuencia casi obligada.

Hace algunos años escribí, pensando con el deseo, que luego del 15M "el distanciamiento de los ciudadanos con el centro poder, parece no tener reversa. De ahí que quizá se hayan sentado los cimientos de un movimiento social que abandona la retórica antisistémica y encuentra que la democracia es la única respuesta posible”. Pues bien, el tiempo parece haber dado la razón, y entre más se amplía esa distancia, mayores son las posibilidades de forjar alternativas populistas que aglutinen los intereses de los más. Y es que éstas, aún con sus inconsistencias y peligros, hablan un lenguaje que hace ya mucho tiempo olvidaron los dueños del poder. 

sábado, 17 de enero de 2015

CASABLANCA LA BELLA

Semana 2. 05/01/2015 – 11/01/2015


Fernando Vallejo.
Casablanca la bella
Alfaguara. 2013. 185pp.

La segunda semana del año empecé a saldar mis deudas con autores colombianos, especialmente con vedettes o bestsellers que no me habían generado, hasta hoy, un mínimo asomo de curiosidad. Uno de ellos es Fernando Vallejo, a quien desde mis diecisiete años, cuando leí Chapolas Negras, su biografía de José Asunción Silva, no quise volver a leer. Su prosa panfletaria, desenfrenada, cargada de odio contra todos y contra todo, pudo resultar chocante en mi adolescencia, no solo porque, intuyo, era difícil de digerir, sino porque en sus peroratas no encontré un correlato con mi propia experiencia. Aunque no lo recuerdo, supongo que en ese tiempo sus libros no me decían nada.  

Después de casi veinte años muchas cosas cambiaron. Vallejo pasó de ser un escritor de culto, expatriado en México, biógrafo de poetas y autor de La virgen de los sicarios, a convertirse en una especie de conciencia nacional y, por ello, en una lectura obligatoria por su desmesura, su desazón y su tenacidad en la denuncia de las lacras que lo atormentan. Por mi parte, además del evidente paso del tiempo, algo habrá cambiado para que un libro como Casablanca la bella, su última novela, con sus disparos al aire, sus condenas a la casi totalidad de instituciones de occidente, siempre blasfematorias e infamantes, me hubiera resultado conmovedora.   

Casablanca la bella, un libro pequeño, de menos de 200 páginas, es realmente emotivo. Una sumatoria de sentimientos en torno a lo inevitable de la soledad y el transcurrir del tiempo; temas que se despliegan en la metáfora de una casa que es restaurada y destruida (la nación colombiana, quizá), siendo una empresa imposible, como imposible es cualquier intento de construir legados frente a la vacuidad de cualquier iniciativa humana, sea esta individual o colectiva, y mucho más si es en Colombia.  

Fernando Vallejo, quien habla siempre en primera persona, recrea el rescate de una vieja casa en el barrio Laureles, en su natal Medellín, proyecto que se asocia de forma inevitable a Casaloca, la casa de sus padres ubicada frente a Casablanca, de la que huyó a los once años; o la casa de Santa Anita, la finca de sus abuelos, sitio en el que fue realmente feliz. Pasadas casi seis décadas. Vuelve a Laureles, a Casablanca,  pero en ese proceso sufre las desventuras de un emprendimiento que está condenado al desastre.

La reconstrucción de Casablanca lleva al narrador a recorrer sus pasos, a partir de las desventuras propias de una obra civil (la compra de los materiales, la búsqueda de los albañiles, las cañerías rotas, la estafa misma que supuso la compra de la casa) en las cuales va introduciendo diálogos con vivos, muertos y, principalmente, con las ratas de Casablanca, que por su bondad, amor y conocimiento del ambiente mortecino de la ciudad, se convierten interlocutoras de primer orden para el nuevo inquilino, quien demuestra su cariño a los animales reafirmando la misantropía que recorre la travesía del autor por sus recuerdos.

Esto bien se expresa cuando sus niñitas, las ratas, lo inquieren sobre su legado en la tierra, a lo que responde que más que un legado buscará dejar una herencia, porque “el legado se lo contagiaron a ustedes, niñas, los mismos que les contagiaron la peste: los bípedos que excretan sentados pero que caminan parados en dos patas (…) y ahí van por la superficie del globo como hormigas sobre un mapamundi. La fuerza de gravedad los retiene. Que si no… No inventar yo una antifuerza que suprima la otra y los lance al espacio intergaláctico donde se los trague un agujero negro”.

Estas conversaciones se entreveran de forma descuadernada en la reconstrucción de la memoria, con digresiones en las que van y vuelven personas y acontecimientos que definieron la vida del narrador, y simultáneamente emergen con violencia diatribas contra una ciudad que ya no es su ciudad, no solo porque “en los años que dejé de verla, que son los que llevan haciendo su obra los sicarios, se volvió otra”, sino porque en allí se condensan y se ven expresadas las tirrias del autor, que recaen sobre la iglesia católica, los pobres, las ciencias y en especial la física, las mujeres, los políticos de aquí, de allá y de acullá, los desechables, entre muchos otros. A éstas se suman los recuerdos de sus pocos amores, que serán a su vez las primeras invitadas a su Casablanca “a saber: mi abuela Raquel, mi perra Argia, mi perra Bruja, mi perra Kim y mi perra Quina”, todas hijas de una memoria que se resiste a desaparecer.

En ese ir y venir, con la demolición de Casaloca el protagonista logra, culminar una obra que parecía no tener final, no sin antes sufrir la aniquilación de su última fuente de recuerdos. Muy a tiempo, a pesar de todo, concluye un proyecto que le permitirá entronizar el corazón de Jesús y ubicar el reloj de Santa Anita en su propia casa, no para contar el tiempo que pasó, con todos sus muertos a cuestas, sino para marcar minuto a minuto el tiempo que le queda. Inútil todo, ya que, como era de esperarse, en menos de un día, Casablanca sucumbe a la estulticia de una sociedad y de un país en el que “hay días en que todo está mal. Pero hay días en que todo está peor".

Como bien lo señalé, no he sido lector de Vallejo. Pero después de ver muchas de sus entrevistas, pareciera que sus odios y diatribas se repitieran de manera interminable. Sin embargo, desde las primeras páginas de Casablanca la bella, nos dice su autor que, pese a los cambios de su país, de su ciudad, de su idioma, él permanecerá incólume. “¿También cambio yo? ¡Jamás!  Soy el que siempre he sido, un río fiel a su corriente. En mis remolinos revuelco vivos y los pongo a girar, a girar, a girar como disco rayado a 78 revoluciones por minuto. Con su último ¡Dios mío! en la boca los saco boqueando, para volverlos a hundir para volverlos a sacar, ahora sí, ciento por ciento ahogados”.


Me pregunto, entonces, si tanto martillar sobre los mismos males pueda redundar en un agotamiento de su obra, si siempre decir lo mismo acabará por aburrir a su legión de seguidores. Sinceramente no lo sé. Pero escribir sobre Colombia y su imposibilidad como nación, permite recabar una y otra vez sobre lo mismo, sin que la realidad diga lo contrario.

domingo, 4 de enero de 2015

PARALIZADOS

Es asombroso que después de 15 años de discutir y diagnosticar los problemas y las respuestas a la movilidad de la ciudad, una propuesta de perogrullo del alcalde de Bogotá haya sido la noticia más importante en la primera semana del año. Para Petro, “la descongestión de una ciudad pasa en primer lugar por dejar de usar intensivamente el carro particular”, rematando que “la mayor demostración de cultura ciudadana, yo diría democrática, es dejar de usar el carro de manera intensiva”. Así como se lee. Para la administración distrital (si, la de los Progresistas) la respuesta a la movilidad está en retomar las ideas básicas de Peñalosa, denostadas durante once años de gobiernos de izquierda. 

La propuesta, aunque prestada, es urgente y requiere de un fuerte impulso, no solo por la administración distrital, sino por quienes entienden que la solución al caos del transporte no está en la masificación del vehículo particular. De la misma manera es claro que el ejercicio real de la ciudadanía y de la práctica democrática, el de la vida cotidiana, pasa por el disfrute de espacios y servicios públicos de calidad, entre ellos el del transporte. El alcalde, entonces, tiene toda la razón. El problema es otro, y es que el burgomaestre, quien no coge buseta o Transmilenio, ni se le ha visto jamás encima de una bicicleta, no tiene nada que ofrecer a la minoría que se resiste a padecer el infierno de quienes tenemos que, por obligación, por física necesidad, hacer uso del transporte público. 

¿Alguien dudaría que los vehículos particulares sean parte del problema? Creo que no. No solo porque movilizan a menos de la quinta parte de los bogotanos, sino porque la ineptitud de los gobiernos distritales para mejorar la infraestructura vial, hacen que ésta no soporte ni vaya a soportar el volumen enorme de carros que entra a la ciudad año a año, que ya es realmente escandaloso. Según cifras de la Secretaria de Ambiente entre 2007 y 2013 circularon en la ciudad 550.280 carros nuevos, incrementándose el parque automotor en alrededor de un 35% en siete años, al pasar de 839.251 en 2007 a 1.389.531 en 2013.   

Aunque obvias, las ideas de Petro son buenas pero impactarían más si le sirvieran a él mismo para la autocrítica. Romper con la mezquindad de quienes no se bajan del carro particular, entre ellos el propio alcalde, es posible si se rompe también, y de forma definitiva, con la improvisación y los bandazos distintivos de su administración. Para enriquecer la discusión debería primero ponerle coto a la mala gerencia del SITP, a los retrasos en las fases faltantes del Transmilenio y mejorar las condiciones para el uso intensivo de medios alternativos de transporte como la bicicleta, que hoy son solo retórica oficial viendo el estado de las ciclorutas y la pasividad de las autoridades distritales frente a los abusos contra los bici usuarios.

El debate está servido y la movilidad empeorando. Y aunque el alcalde insista, como lo hizo hace menos de un mes en una entrevista dada a El Tiempo, que “nuestro interlocutor preferido era Peñalosa y aquí, entonces, hay dos modelos de ciudad que se discuten desde hace 15 años”, los problemas en materia de transporte no caben en ese antagonismo. Estos se agudizan y las soluciones son las mismas. Sería sano, entonces, que Petro y su gabinete asumieran su responsabilidad en la materia, le mermaran al activismo y le mostraran a quienes los señalan de improvisar que, efectivamente, “es una de las acusaciones más injustas que se nos han hecho”, como bien lo manifestó en la entrevista de marras. Aunque, seamos sinceros, quizá sea mucho pedir. 



sábado, 3 de enero de 2015

COMER O NO COMER Y OTRAS NOTAS DE COCINA.



Semana 1. 29/12/2014 – 04/01/2015.


Antonio Caballero.
Comer o no comer y otras notas de cocina
El Ancora Editores. 2014. 233pp.

Desde mi adolescencia leer a Antonio Caballero en la Revista Semana ha sido un hábito que, como todos los hábitos, se convirtió en una rutina más. Por esto jamás me interesó su novela, sus crónicas de toros o sus ilustraciones. El resto de su obra la consideré un simple apéndice de su trabajo como periodista y opinador político. Qué gran error y que ligereza la mía. Un observador tan agudo y con tanto oficio, como lo ha sido Caballero por más de cuatro décadas, no podía agotar en su publicación dominical sus críticas y sus caricaturas del poder, los políticos, los Estados Unidos, o todos quienes sufren los azotes de su pluma.   

Afortunadamente para mí, este final de año trajo consigo el despertar de una larguísima abulia literaria y con él la decisión de retomar una empresa fallida de muchos años, leer Sin Remedio, su única novela. El esfuerzo inicial fue titánico, pero el resultado no pudo ser mejor. En poquísimos días devoré sus 572 páginas y descubrí, cosa que no es difícil, muchas de las obsesiones, los gustos y el mundo de un burgués, el sí traidor a su clase, que sin renunciar a los privilegios heredados se convierte en el crítico fundamental de su tiempo.

Así, Sin Remedio, es la historia de Ignacio Escobar Urdaneta, un hijo más de la rancia oligarquía bogotana, que enfrenta las dificultades de la creación poética y, con ella, el despliegue de una experiencia vital que sin proponérselo, siempre en la contingencia, cataliza las pasiones más significativas de la condición humana. Todo ello envuelto en la idea de que las cosas son iguales a las cosas”. Su lectura me conmovió hasta los tuétanos y me permitió leer con otros ojos su último libro, Comer o no comer y otras notas de cocina, publicado hace menos de un mes, el cual recopila escritos alrededor de la mesa y la gastronomía. Estos, valga decirlo, se convierten en un pretexto, o mejor, en un medio para demoler las instituciones que subyugan el ejercicio de la libertad y su disfrute desde la exaltación de los placeres.

Por ello, Comer o no comer… es una oportunidad para corroborar que en este país siempre, o casi siempre, las cosas son iguales a las cosas”. Estos textos, que se dividen en tres acápites: Todo es buenoTodo es malo y Todo depende, plantean aspectos básicos del gusto y de la buena vida, cruzados por las contradicciones y necedades del mundo del cual son una expresión básica, fundamental.

En el primer capítulo, Todo es bueno, se vindica la vida como fuente de placer, principalmente frente a los sensores que se empeñan en reprimirlo, bien desde las talanqueras religiosas o de la corrección política y sus nuevos legionarios. Como “las cosas son iguales a las cosas”, ayer y hoy los escribas se han ensañado con el deleite del cerdo en todas sus preparaciones, el gusto por el tabaco o la entrega a la borrachera, excesos que en la voz de Caballero son una invitación a la apostasía. 

En el segundo capítulo, Todo es malo, se recaba en las penurias de un mundo donde el buen comer, o la exaltación del gusto desde la comida, no es precisamente una virtud ni de nuestras latitudes, ni de nuestro tiempo: al parecer ni ricos, ni pobres, ni colombianos en su casi totalidad, parecen tener idea de eso. Sea por la proliferación de la comida rápida o la persistencia de atavismos que se oponen con fiereza al avance de la civilización, la resistencia al buen comer, la tendencia  a ocultar el verdadero sabor de la comida con salsas o la costumbre de no comer para no tirarse los tragos, son imágenes de un fresco en el que pone en su sitio a los chovinistas que no se han enterado de lo mal que comemos, pero también a los ricos que, por más refinamientos “no comen bien porque no quieren. Y no quieren porque no les gusta”.

En el último capítulo, Todo depende, nos sitúa en la ambivalencia del buen comer y la imposibilidad de conciliar el placer de la comida, la bebida o las drogas, con los riesgos de su exaltación y, por supuesto, su exceso. El cannabis, la gula, el english breakfast, el Pez Globo y todas aquellas experiencias gastronómicas que en abundancia verdaderamente se subliman, justamente por eso siempre se han proscrito por las autoridades. Frente a ello, decreta que “un principio cardinal debe guiar la vida del aficionado a los placeres de la mesa: no hacerles ningún caso a las autoridades. Pero dentro de este principio general rige uno aún más riguroso: no hacerle caso jamás a un médico en materia de comida”.  

Comer o no comer… es un soplo de aire fresco en pleno boom de la gastronomía colombiana. Frente a la superficialidad de quienes apenas han metido sus narices en el mundo de la buena comida y pontifican en el vacío, los artículos de Caballero, así como algunos de los versos de Escobar Urdaneta, tan cargados de cultura, sátira, inteligencia, irreverencia y universalidad, son el resultado de una exploración intensa de los sentidos, vista por un sibarita profundamente culto y refinado que después de comer y callejear durante los últimos cincuenta años, descubrió en la práctica, con un trabajo de campo arduo y consistente, que la libertad es o debiera ser “un festín en el que corran todos los vinos, en el que se abran todos los corazones”, aunque la realidad se empeñe en mostrarnos lo contrario. 

52 LIBROS, 52 SEMANAS


Luego de abandonar por más de tres años este blog, uno de los propósitos para 2015, que espero no corra la misma suerte de los de 2014, es enfrentar un reto muy común por estos días. Este consiste en leer 52 libros en 52 semanas.

Lo que para algunos puede ser simple rutina, para mi es una empresa realmente ambiciosa, titánica. No solo por el tiempo que demandará, sino porque es una manera de retomar un ejercicio muy personal de escritura que abandoné sin ninguna justificación y que para 2015 espero retomar con la constancia y la dedicación necesaria. 

De tal manera que iré comentando semana tras semana las obras que vaya leyendo, haciendo la salvedad que son comentarios de un lector sin pretensiones. La semanas iniciarán cada lunes y terminarán el día domingo, día en el cual espero poder comentar cada uno de los libros.

miércoles, 1 de junio de 2011

¿DE LO MALO LO MEJOR?



En palabras de Mario Vargas Llosa, el próximo domingo los peruanos escogerán entre “el sida y el cáncer terminal, que es lo que serían Humala y Keiko Fujimori”.

Sin duda es una metáfora poco afortunada para un Nobel de literatura, pero evidencia la encrucijada de una sociedad que en las últimas tres décadas, cada cinco años, se enfrenta a la escogencia de un mal menor. De ahí que en las últimas semanas el establishment limeño, en su gran mayoría, concluyera que son tantos y tan evidentes los peligros de una presidencia de Ollanta Humala, que así sea con tapabocas, este domingo el voto sera por Keiko. A pesar de todo, repite la gran prensa, representa de lo malo lo mejor.

Por extraño que parezca la única alternativa para el Perú, de acuerdo con sus propias élites, es la elección de la hija del ex presidente Alberto Fujimori, quien luego dar un golpe de Estado e imponer un régimen cleptocrático y violador de los Derechos Humanos durante los años del ajuste estructural, huyera a pocos meses de iniciado un tercer mandato que obtuvo, como era de esperarse, por medio del fraude electoral. Y aunque el Perú parece hoy, más que nunca, enfrentarse a una situación límite para la pervivencia de su democracia, ésta es el resultado de déficits institucionales no resueltos desde los primeros años de la transición, vinculados a dos procesos concomitantes que hoy parecieran haber tocado fondo.

En primer lugar, la persistencia de una sociedad tremendamente desigual que, a pesar de contar con ciclos económicos expansivos, es manejada por una casta que parece no estar dispuesta compartir el banquete del crecimiento de los últimos años con sectores más amplios del país. En segundo lugar, la bajeza de una dirigencia que, por miopía y mezquindad, ha instrumentado sistemáticamente el miedo con fines electorales, logrando con ello reducir la posibilidad de un debate amplio sobre aspectos centrales de su propia sociedad y llevando a la completa destrucción de su moribundo sistema de partidos.  

Lo primero explica porqué, con un crecimiento del 9% en el último año, los candidatos que representaban la continuidad de un modelo económico exitoso (Toledo, Castañeda y PPK) se vieron superados por un líder populista -con las implicaciones que esto supone dentro de la jerga de la ortodoxia económica- y por la más viva representante de una forma corrupta y patrimonialista de concebir la política y el manejo del Estado. Ese tercio de peruanos que carecen por completo de saneamiento básico, por ejemplo, expresaron su inconformismo y pusieron en jaque la continuidad de un sistema que hoy parece tornarse insostenible.   

Lo segundo ha derivado en la escogencia de candidatos que, sin plataformas ni partidos, adoptan modelos decisionales que dejan de lado la representación y se sitúan en los márgenes autoritarios propios de la democracia delegativa. Esta, según ODonnell, privilegia la discrecionalidad a la institucionalización y, por tanto, quienes detentan el poder tienen “derecho a gobernar como el (o ella) considere apropiado, restringido solo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un periodo de funciones limitado constitucionalmente”.

De esta manera, los estragos económicos de los desastrosos gobiernos de Fernando Belaunde Terry y Alan García en la década del ochenta, quienes fueran además los últimos representantes del tradicional sistema de partidos, llevaron a la propagación de la Miedocracia (en la cual se acude a los instintos de supervivencia más primarios para movilizar intereses electorales), satanizando cualquier opción que supusiera una vuelta al pasado inmediato, bajo la expectativa de no perder las prebendas y los beneficios heredados, aun cuando esto diera como resultado la elección de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y la vuelta al mismo por parte de Alan García.

Lo anterior pudiera explicar la encrucijada en la que se encuentra el Perú y que tendrá que sortear el domingo próximo. Esta no es entre el cáncer terminal y el sida, sino entre la posibilidad de plantear pequeñas reformas a un modelo económico que, a pesar de sus bondades para la acumulación del capital, parece no resolver los problemas más apremiantes de los sectores marginados y periféricos de dicha sociedad, como las planteadas por Ollanta Humala, o bien, la de resguardar los intereses de los sectores medios y hegemónicos que, asegurando su propia estabilidad, parecen no medirse a la hora de apoyar una candidatura como la de Keiko que, no solamente auspiciará la impunidad a los desafueros que tuvieron lugar durante el gobierno de su padre, sino que pudiera llevar a la ruta del autoritarismo y, por que no, a la quiebra de la propia democracia.          

viernes, 20 de mayo de 2011

DE MARCHAS Y PROTESTAS (II)

En España, las marchas del 15 de mayo en contra del bipartidismo del PP y el PSOE, movilizaron a miles de personas en las principales ciudades y evidenciaron el inconformismo de un país que no supera los estragos de la crisis financiera e inmobiliaria de 2008. No obstante, esa motivación inicial se desbordó a los pocos días y llevó a cuestionar no solo la partidocracia existente, sino la prevalencia de una democracia poco plural, fundada en la reivindicación de una libertad individual que no va más allá de la libertad de empresa. Para los marchantes, dicho modelo pareciera otorgar derechos y libertades a quienes motivaron la crisis, en desmedro del conjunto de la sociedad y, en especial, de sus capaz medias.                   

Así, colectivos como “¡Democracia real ya!” o “Juventud sin futuro”, de ser unos perfectos desconocidos en el escenario político español pasaron a convertirse, en muy pocos días, en actores de primer orden en las elecciones locales previstas para el próximo 22 de mayo. Estudiantes, jóvenes, jubilados e inmigrantes, convocados a través de las redes sociales, recrearon una escena que se ha vuelto familiar a lado y lado del mediterráneo. De Marsella a Atenas, de Túnez al El Cairo, las calles se convirtieron en la arena privilegiada para proyectar alternativas a unos modos devaluados de entender los procesos democráticos, siempre que estos encubren prácticas autoritarias con diseños institucionales sofisticados que no superan su enunciación formal y legitiman ordenes sociales que creen suficiente equiparar la democracia con el mercado. 

En sus manifiestos se traduce la impotencia de quienes no encuentran en la sociedad civil organizada tradicional, como el movimiento estudiantil o los sindicatos, respuestas a unas realidades que no encajan en los discursos de las capillas progresistas. Por ello se plantea un consenso inicial que se orienta a la instrumentación de prácticas y mentalidades democráticas que pongan freno a “la indefensión del ciudadano de a pie [frente a] la corrupción de los políticos, empresarios, banqueros…”, según lo señala “¡Democracia real ya!”, así como revertir las medidas implantadas por un modelo económico que está dando lugar a que “la juventud más preparada de nuestra historia vivirá peor que sus padres”, como bien lo ha repetido “Juventud sin futuro”. 

Las imágenes son significativas. Los miles de jóvenes, y no tan jóvenes, que sufren el desempleo (40% de desocupación en su segmento poblacional) salieron a las calles y sacudieron las certezas de una sociedad que parecía haber encontrando la fórmula del éxito. Por ello se podría pensar, inicialmente, que su impacto sobre las preferencias electorales y el rechazo a los candidatos PPSOE el fin de semana próximo será demoledor, aunque de acuerdo con los análisis de prensa, los perjudicados se ubicarían únicamente a la izquierda. 

Sin embargo, poco importa cuál sea su incidencia en las elecciones del próximo 22 de mayo porque el trabajo pareciera estar hecho. La reacomodación de las cargas en el interior de esa sociedad por el distanciamiento de los ciudadanos con el centro poder, parece no tener reversa. De ahí que quizá se hayan sentado los cimientos de un movimiento social que abandona la retorica antisistémica y encuentra que la democracia es la única respuesta posible a las tensiones de nuestro tiempo. 

Movimiento que pareciera entender que las luchas son en contra de la dictadura de la sin razón autoritaria disfrazada de Estado de derecho, emulando las reivindicaciones del Magreb, así con naturalización de un modelo democrático de mercado que, paradójicamente, representa la mayor dictadura de nuestros tiempo.         

sábado, 16 de abril de 2011

DE MARCHAS Y REFORMAS (I)


La exacerbación del miedo y las denuncias sobre infiltraciones terroristas hechas por el DAS no tuvieron lugar en las marchas en contra del proyecto de reforma a la ley 30 de 1992. Como bien lo señaló el Ministro del Interior, se desarrollaron con tranquilidad y revelaron la emergencia de nuevas formas de movilización social que, aunque incipientes, rompen con la exaltación atávica de la violencia, privilegian el uso de armas simbólicas y promueven identidades al margen del dogmatismo que ha caracterizado al tradicional movimiento estudiantil.

Si bien los noticieros se esmeraron en registrar como aspecto central de la jornada hechos marginales de violencia, quienes se hicieron presentes en la carrera séptima y la Plaza de Bolívar pudieron constatar que los manifestantes, en su mayoría, antepusieron  las bombas de agua a las papas bomba y las narices de payaso a las capuchas. De esta manera, el 7 de abril se hizo presente un movimiento estudiantil plural que, desde su carácter policlasista y multisectorial, desafió con lenguajes renovados, cargados de histrionismo e inteligencia, la violencia antisistémica característica de la izquierda revolucionaria y sus herederos.

Esto no es un hecho casual. La combinación de consignas, pancartas y performances, que no solo aludieron a la reforma, sino que reclamaron el reconocimiento de identidades más allá de las reivindicaciones de clase, pareciera ser el germen de una nueva forma de movilización estudiantil, más democrática que autoritaria, no solo por recrear escenarios de confrontación que distan de la rigidez y el fanatismo militante, sino porque evitan exacerbar el dramatismo que provoca la violencia y que eclipsa unas demandas legítimas que, generalmente, quedan sepultadas bajo los vidrios rotos y los titulares de prensa que un día después confirman, como lo hizo El Espectador, que “Las marchas no fueron del todo pacificas”.

Este viraje, hay que decirlo, podría quedar en lo puramente episódico. Sin embargo, sería lamentable dada la necesidad de replantear el lugar y los alcances de un movimiento estudiantil anquilosado, que pareciera no darse cuenta de su inocuidad, de su incapacidad para poner en cuestión la hegemonía que hace legítimo el estado de cosas imperante, siempre que no genera identidad con las comunidades que dice representar, no persuade sobre la necesidad de organizarse ni de la justeza de sus demandas y, fundamentalmente, porque carece de autocritica y no revalúa unos discursos y unas prácticas que no dan respuesta a las necesidades y los intereses del estudiantado y, por tanto, no logra romper con su apatía y atomización.

Walter Benjamín señaló en sus primeros ensayos que la “juventud no sólo se encuentra llena de futuro, sino que siente dentro de sí la alegría y el coraje de los nuevos portadores de la cultura... Este sentimiento juvenil ha de convertirse en una forma de pensar compartida por todos, en una brújula de la vida”.

Hoy, más que nunca, sus palabras cobran vigencia. Nuestros jóvenes deben recobrar el ímpetu que les es propio y convertirse en protagonistas de primer orden en las transformaciones de nuestro tiempo. Para ello han de convertirse en adversarios legítimos en el marco de la lucha democrática, algo que se logra, inicialmente, con la edificación de proyectos que, con espíritu crítico y creatividad, reconsideren las formas de lucha imperantes que, además de agotadas, favorecen la perpetuación de los poderes instituidos desde la sedimentación de prejuicios condenan de antemano la movilización estudiantil.

jueves, 31 de marzo de 2011

¿POLÍTICA VERSIÓN 2.0?

La elección de Barack Obama y el derrumbe de los regímenes despóticos en el Magreb, han sugerido que la acción política, la construcción de hegemonías y la emergencia de nuevas relaciones de poder, en adelante se disputarán en arenas movedizas, donde la internet y su instrumentación política a través de las redes sociales, desplazarán la esfera pública del mundo analógico al digital, al limitar el papel protagónico de las pantallas de televisión y dar paso al predominio del computador portátil y el Smartphone.

Las marchas de “Un millón de voces contra las Farc” y la Ola Verde, mostraron que Colombia no ha sido ajena a esta transformación. Las primeras probaron el potencial de los nuevos dispositivos de mediación, al permitir a ciudadanos del común hacer eco de situaciones reconocidas como indeseables y congregar, alrededor de estas, millones de personas a nivel planetario. La Ola Verde, por su parte, sumergió la política electoral colombiana en las lógicas de la sociedad de la información, al revelar la importancia y las posibilidades del uso de las redes en el intercambio de información y manipulación de símbolos a través de la Web.

En sintonía con lo anterior, este mes se convocaron, a través de Facebook y Twitter, dos protestas exhortando a los bogotanos a movilizarse en rechazo a los acercamientos entre el ex presidente Uribe y Enrique Peñalosa y en contra de las Farc por el manejo mediático dado a las liberaciones de febrero pasado. Pese a las expectativas generadas en las redes sociales, los llamados a la acción fracasaron. De 825.000 personas que votaron en Bogotá por Antanas Mockus, al “plantón verde” se presentaron 60 de ellos. La protesta en contra de las Farc, que en 2008 superó las 500.000 personas, esta vez no pasó de 40. ¿Qué paso?

La perorata sobre los alcances políticos de la revolución 2.0 ha hecho pensar, equivocadamente, que la internet es capaz, por sí misma, de provocar la acción colectiva y la movilización social. El intercambio en las redes sociales auspicia la emergencia de movimientos ciudadanos y pone a temblar a los poderes instituidos, solo si la información puesta en circulación canaliza la inconformidad generalizada desde hechos concretos o hitos significativos (como en el caso de Mohamed Bouazizi, quien se inmoló para protestar contra el régimen de Ben Ali en Túnez) que generan identidades y articulan demandas de sectores sociales diversos, las cuales subyacen a lo meramente episódico, algo que los organizadores de las nuevas marchas parecieron no entender.

Y no lo hicieron porque buscaron replicar, de forma ridículamente artificial, fenómenos que solo tienen lugar en un espacio y un tiempo determinado. La Ola Verde y las marchas del 4F, nadie lo duda, se apoyaron en los medios masivos de comunicación y en la web, pero tuvieron tras de sí altísimos niveles polarización política que se vieron exacerbados por la brutalidad de las Farc y por la corrupción de un uribismo en sus estertores. El Facebook jugó un rol definitivo para detonar estos fenómenos, pero no tuvieron lugar por la existencia de la red.

Ante el raquitismo de estas convocatorias, hay que recordar que las tecnologías de la información, desde Gutenberg hasta nuestros días, han transformado los marcos de la contienda política y la velocidad con la cual se propaga la información, pero nunca han sido el motor de las alternativas de cambio, ni mucho menos, de los proyectos colectivos que las soportan.

miércoles, 23 de marzo de 2011

LAS IDEAS, A PESAR DE TODO

La separación de los ministerios fusionados en la ley 790 y las facultades especiales concedidas al ejecutivo para reestructurar algunas entidades públicas del orden nacional, produjo la primera tensión en la coalición de Unidad Nacional. Las dificultades en el trámite de esta iniciativa, cuyá votación definitiva se aplazó cuatro veces en la plenaria del Senado, puso sobre la mesa dos elementos centrales para comprender el presente político e institucional colombiano. En primer lugar, evidenció la gula burocrática del partido Conservador, su venalidad a la hora de impulsar las iniciativas fundamentales del gobierno de Álvaro Uribe y la corrupción agenciada por sus miembros en el nivel central del gobierno. En segundo lugar, puso de presente las diferencias existentes entre el presidente Santos y su antecesor la manera como entienden la democracia y la administración.

Lo primero no es nuevo. La corrupción es parte del sistema político colombiano y el uribato, pese a la retorica oficial, la potenció con un rediseño institucional que incentivó la deshonestidad. Muestra de ello fue el trámite del referendo reeleccionista o la sustitución de la colaboración cívica por las delaciones a cambio de recompensas. Lo segundo, en cambio, merece especial atención. Además de las cuotas burocráticas, la oposición a la reforma se libró desde la concepción misma del Estado. El presidente Santos, pragmático por excelencia, reveló en este proceso que, para él, las ideas importan.

Para asegurar su éxito inicial, Santos podría haber pasado de agache y dejar intacta la estructura heredada del periodo anterior, evitando así el distanciamiento con quien le precedió en la presidencia y el desgaste de una reforma administrativa que ocuparía la mitad de su periodo, máxime cuando esta no involucraba cambios de fondo en los postulados básicos del Estado, sino ajustes en los instrumentos necesarios para su buen funcionamiento.

Sin embargo, el Estado Comunitario, pilar fundamental del manifiesto uribista y materializado en la fusión de los ministerios, la promoción de la transparencia en la gestión y la austeridad en el gasto público, si bien disminuyó las plantas de personal de dichas entidades y generó un ahorro marginal en sus gastos de funcionamiento, también instauró un estilo de gobierno y administración caracterizado por la arbitrariedad, la centralización y la discrecionalidad, que rompió con el modelo republicano de pesos y contrapesos, y concentró las decisiones políticas en el nivel ejecutivo central, antes que delegarlas, como era lo proyectado, en la sociedad civil organizada.

En este escenario, parecería más ventajoso mantener el status quo que promover la contrarreforma. Sin embargo, el nuevo presidente optó por esta última para consolidar su ideal de gobierno, que desde los principios del Buen Gobierno o la Buena Gobernanza, requeriría de la adopción de reglas formales y procedimientos aceptados y normalizados que estructuraran las relaciones entre el Estado y la sociedad, partiendo de los principios de la participación, la legalidad, la transparencia, la responsabilidad, el consenso, la equidad, la eficacia y eficiencia, ausentes en las practicas gubernamentales y administrativas diseñadas e implementadas en la pasada administración.

Por sus volteretas, los críticos más ácidos de Juan Manuel Santos dudaron de su lealtad con el ex presidente Uribe. Y tenían razón. Éste no guardó fidelidad con los presupuestos ideológicos y administrativos del gobierno anterior porque su ethos y su proyecto político, materializados en la presente reforma y las demás contenidas en su ambiciosa agenda legislativa, se antepusieron, para sorpresa de muchos, a su pragmatismo habitual. Aunque no es tan extraño si nos atenemos a lo señalado por el actual presidente en 2003, cuando aseguró que “el desprecio por la teoría y por lo conceptual (…) es lo que nos hace proclives al mesianismo, a esa búsqueda del Salvador de turno”, papel en cual su mentor político se desempeñaba a la perfección y en el que también se sentía tan a gusto.

martes, 25 de enero de 2011

EN OBRA NEGRA








En los últimos tres meses el fenómeno de la “Niña”, además de causar las mayores inundaciones en la historia reciente de nuestro país, ha hecho correr ríos de tinta. El Tiempo, por ejemplo, publicó entre editoriales y columnas de opinión más de cuarenta y cinco artículos referidos a la ola invernal. Escritores, periodistas, académicos, políticos y burócratas han aprovechado la oportunidad para opinar sobre las causas, las consecuencias y las lecciones necesarias para superar la tragedia. Y no es para menos. Ante una calamidad de semejantes dimensiones, con más de dos millones de damnificados, es natural que todos tengan algo que decir.

¿Todos? en realidad no. Casi todos, porque los partidos políticos, como institución, pasaron de agache. Los tradicionales se movieron en lo de siempre: pidiendo beneficios sectoriales concretos, pasando cuentas de cobro y como gran solución, proponiendo un pacto político de Unidad Nacional para las próximas elecciones. Las “nuevas fuerzas”, por su parte, se ocuparon de capotear la desunión, limitándose a emitir comunicados lánguidos, con pro formas que sirven para cualquier otra calamidad. Y ¿acaso había que esperar grandes propuestas de los partidos políticos colombianos? Puede que no. Pero al menos, no solamente por cuestiones de cálculo político, sino atendiendo a la carga semántica que deriva de su propio nombre, quedamos a la espera de escuchar al Partido Verde.

Esto porque las explicaciones a la ola invernal y sus consecuencias desastrosas, aunque variadas, también se ubican en el plano de la crisis ambiental planetaria y la manera como la mano del hombre ha contribuido a la misma. Estas son las temáticas y los problemas socialmente relevantes construidos por los Verdes alrededor del mundo y expresados en líneas de acción tendientes a la responsabilidad ambiental y el desarrollo sostenible. Sin embargo, ¿alguien ha escuchado a Mockus, Peñaloza o Garzón hablando de esto?, muy probablemente no.

Lo anterior hace pensar que los yerros de Mockus en su carrera a la presidencia, su ambivalencia constante, la debilidad de sus posturas y el mutismo de sus coequiperos, no eran muestra de honestidad, como bien se cacareó, sino la expresión más acabada de cómo, acudiendo a frases efectistas y tomando prestados ropajes ideológicos para la ocasión, es posible convocar a un porvenir esplendoroso, en el que las luces del futuro iluminan el presente, aun cuando la vacuidad del proyecto no permita recrear alternativas reales de cambio.

Y aunque se diga que es un partido joven, en proceso de consolidación, hasta el momento las expectativas que se crearon a su alrededor están lejos de haberse cumplido. En parte, porque la actividad de sus miembros se ha limitado a la matemática electoral, reproduciendo las prácticas de sus supuestos antagonistas, pero también porque no han tomado posiciones claras frente a los problemas fundamentales del país. Esto, a decir verdad, no debería extrañar a nadie ya que al consultar su página web en el link que conduce a su plataforma política se dice con toda claridad que está en construcción.

jueves, 6 de enero de 2011

EL REINO DE LO ADJETIVO



En la vida pública de nuestro tiempo el uso del lenguaje políticamente correcto se ha impuesto como norma de conducta. El reconocimiento de la incidencia de las palabras en la formación de conceptos y la manera como estos modelan las relaciones de poder, ha hecho que se institucionalicen formas lingüísticas antidiscriminatorias que eviten la propagación y el despliegue de discursos apoyados en prejuicios hacia determinados segmentos sociales.

Este avance, aunque importante, en ocasiones oculta contradicciones de fondo en las mentalidades y las prácticas sociales que no se modifican, únicamente, con la aplicación de estas nuevas formas de cortesía. Dos notas de El Espectador de los últimos dos meses, referidas a la situación actual de la mujer en Colombia, son muestra de la importancia que los lectores de esta publicación le conceden a determinados temas, a partir de privilegiar lo puramente adjetivo, en desmedro de lo realmente importante.

La primera, del 25 de noviembre, hace referencia al informe de la oficina nacional del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM), sobre la violencia ejercida contra las mujeres en nuestro país. El titular señala que “En Colombia cada minuto seis mujeres son víctimas de algún tipo de violencia”, el subtitulo informa que “Según un estudio, la violencia contra las mujeres es la más extendida forma de violación de derechos humanos en el país" y el cuerpo de la noticia se centra en las cifras más relevantes del informe, indicando que, por ejemplo, entre 2002 y 2009 se produjeron “más de 600.000 hechos de violencia contra las mujeres”, de los cuales se precisa que “101.000 son de violencia de pareja; 100.000 más de lesiones personales; 40.000 de violencia sexual y 4.000 de mujeres que fueron asesinadas”. En cuanto al maltrato de pareja, específicamente, “el reporte añade que de 60.000 casos en el 2009, casi la totalidad, 53.800, fueron contra las mujeres”. La nota tuvo treinta comentarios de los lectores.

La segunda, del 3 de enero, fue un video que, a falta de noticias, la edición en línea de El Espectador tomo del portal Metropolis TV, en el cual se reporta la existencia del Movimiento Machista Casanareño. Este relleno, que muestra a Edilberto “Beto” Barreto, su fundador, explicando la necesidad de constituir un movimiento que surja como oposición al feminismo, partiendo de la reafirmación de la autoridad masculina y la preservación de un orden natural fundado en la obediencia y sometimiento de las mujeres, ha sido la nota más visitada de los primeros días del año, con más de mil comentarios.

Pareciera, por el número de comentarios y el debate surgido alrededor de las noticias, que para los lectores la subordinación y la violencia contra la mujer es un problema, únicamente, cuando alguien la justifica públicamente y de este modo rompe con las maneras establecidas el marco de lo políticamente correcto. Así el maltrato contra las mujeres no es problemático ni indignante, siempre que se esconda en el anonimato y la frialdad de las cifras.

No hablar de ciertos temas, atenuar nuestros prejuicios con formas de cortesía o repetir una y otra vez los mismos eufemismos con los cuales pretendemos creer que las cosas son distintas porque, simplemente, las llamamos de otra manera, es la forma más expedita para esperar que estas cambien a sabiendas de que todo seguirá igual. Que más da, vivimos en el reino de lo adjetivo donde la forma define el fondo y, aún así, nos preguntamos todos los días por qué estamos como estamos.

jueves, 16 de diciembre de 2010

CUANDO LOS EXTREMOS SE JUNTAN

Álvaro Uribe y Piedad Córdoba tienen demasiado en común. Además de su terruño, su origen político y su mutuo desprecio, comparten el tránsito del cálido centro del espectro político a la aspereza del extremismo ideológico. El ex presidente, antes de capitanear la más reaccionaria de las derechas, lideró la corriente socialdemócrata de su partido en el departamento de Antioquia, denominada “Sector Democrático”. La ex senadora, por su parte, se deslizó desde lo más duro del establecimiento liberal antioqueño, en el cual despuntó de la mano de William Jaramillo Gómez, hacia el ala más radical de las varias izquierdas que conviven en el interior del Partido Liberal.

Pero eso no es todo. En los últimos días ambos han señalado que los procesos judiciales y disciplinarios en los cuales ellos y sus cortesanos se han visto envueltos, son en realidad un complot orquestado por criminales infiltrados en los distintos poderes públicos. Para el ex presidente "muchos de mis compañeros no tienen garantías y la persecución sobre ellos también amenaza sus vidas", para la ex senadora hay “una visceral persecución política” en su contra.

En un país como el nuestro, cuyas instituciones desde hace más de dos décadas fueron capturadas por mafiosos y gatilleros de todos los pelambres, no suena extraño que, aparentemente, quienes han defendido las instituciones desde los más elevados principios republicanos y democráticos, como dicen haberlo hecho el ex presidente y la ex senadora, sean víctimas de una cacería de brujas como la desplegada por el Procurador y la sala penal de Corte Suprema de Justicia.

Y digo aparentemente porque a los ojos de un simple espectador, y no de los protagonistas de la historia, los hechos parecen confirmar que, tanto el ex presidente como la ex senadora, actuaron en contra de la institucionalidad que dicen haber defendido.

Uribe y su círculo de confianza emprendieron una cruzada “contundente contra el crimen” en la cual espiaron de forma ilegal a quienes representan la base misma del sistema republicano, es decir, las altas cortes y los congresistas de la oposición. Córdoba, por su parte, en defensa de la democracia y los Derechos Humanos, traspasó los límites aceptables de la oposición en los regímenes democráticos, al actuar de manera ambigua frente a las FARC y situarse en lo que Linz llamara “oposición semileal” que, palabras más palabras menos, disculpa, tolera o no denuncia a grupos antisistema cuyas acciones afectan la estabilidad del régimen por compartir los fines de quienes practican la violencia.

Este proceder no es exclusivo de nuestros políticos. Ambroce Bierce definió, en su Diccionario del Diablo, que la política es el “conflicto de intereses disfrazado de lucha de principios”. Sin embargo, las actuaciones del ex presidente y la ex senadora me dan pie para agregar que, en este conflicto de intereses, el cinismo y el delirio de sus protagonistas terminan por marcar, para éstos, los límites aceptables de la disputa, estirando o recortando a su acomodo las reglas de juego preestablecidas. El cinismo de sus rituales simulados y declaraciones de principios vacías, cuya entidad se diluye al momento mismo de su enunciación, siempre que dicen lo que no piensan y hacen lo que dijeron repudiar. Pero también el delirio que los lleva, con la misma rapidez, a convertir esa falsa representación en una verdad incontrovertible.

Bien dicen por ahí que los extremos se juntan. En este caso, las vidas del ex presidente y la ex senadora nuevamente se cruzan para, desde orillas distintas, censurar una democracia que siempre les será disfuncional, ya que adhieren a ella, únicamente, cuando les conviene. Por suerte para el país, y no tanto para ellos, el vaivén de sus intereses no modeló el devenir de la justicia y los organismos de control, hecho realmente esperanzador ya que pone de presente que el ethos democrático parece, finalmente, haberse sembrado en nuestra débil institucionalidad.

jueves, 14 de octubre de 2010

DEMOCRACIA CHURCHILLIANA

Con ocasión del premio Nobel concedido a Mario Vargas Llosa y sus posiciones en defensa del Liberalismo, tres noticias reafirmaron mi adhesión irrenunciable a la democracia en su versión churchilliana, esto es, que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”.

La primera es una nota de Granma, del 8 de octubre. Para el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba, antes que cualquier cosa, Vargas Llosa es el “antinobel de la ética”, por su “catadura moral, los desplantes neoliberales, la negación de sus orígenes y la obsecuencia ante los dictados del imperio”. Finaliza la nota señalando que “no hay causa indigna en esta parte del mundo que Mario Vargas Llosa deje de apoyar y aplaudir”.

La segunda es el despido de más de 500 mil trabajadores estatales en Cuba y el comunicado emitido el 13 de septiembre por el único sindicato autorizado en la isla, la Central de Trabajadores de Cuba –CTC-. Para el Secretariado Nacional de la CTC, los despidos se justifican porque “es necesario elevar la producción y la calidad de los servicios, reducir los abultados gastos sociales y eliminar gratuidades indebidas y subsidios excesivos”.

La tercera, publicada el 1 de octubre en la web de Caracol Radio, reproduce las declaraciones del vicepresidente del Consejo Gremial de Colombia, en las cuales anuncia que de acuerdo con sus cálculos, el “incremento del salario mínimo en el 2011 no puede ser superior a la inflación”, es decir, que el aumento no podría ser mayor al 3,9%.

¿Y? se preguntarán algunos. ¿Qué tiene que ver el premio Nobel de literatura con los despidos masivos en Cuba, o Vargas Llosa con el aumento del salario mínimo en Colombia? A simple vista nada. No obstante, la nueva situación cubana, su avance “en el desarrollo y la actualización del modelo económico” –como bien señala la CTC- y las excusas del régimen frente a hechos indefendibles desde la ortodoxia Marxista – Leninista, parecieran mostrar que la democratización de los regímenes políticos latinoamericanos y la crítica al gobierno de la Habana, abanderadas por Vargas Llosa, no eran causas del todo indignas.

Las antinomias del modelo cubano y lo inevitable de las medidas tomadas, ponen en cuestión, esas sí, la ética de su dirigencia y de quienes tienen por obligación defender los derechos de los trabajadores, es decir, sus sindicatos.  La inexistencia de pesos y contrapesos en el sistema político cubano llevan a que, en la práctica, estos despidos se hayan justificado con comunicados que parecen tomados de la página del Banco Mundial y que todos tengan que estar de acuerdo. Con eufemismos, se pretende maquillar la doble moral del régimen, que extrañamente profundizará el socialismo desde la aplicación del neoliberalismo.

Inevitablemente las contradicciones de Cuba y su desprecio por la democracia burguesa me han llevado a pensar en el anuncio del Consejo Gremial y el aumento del salario mínimo en nuestro país.

La historia reciente pareciera mostrar que la negociación salarial entre el gobierno nacional, el consejo gremial y las centrales obreras, es un ejercicio inocuo del cual podría prescindirse, ya que es evidente que en esta pelea, pactada a un asalto, no solamente se conoce de antemano al ganador, sino que el juez último termina siendo la inflación. De ahí que muchos sentirían alivio al no tener que soportar el penoso espectáculo de ver en vivo y en directo al Ministro de Protección Social explicando con cinismo los enormes beneficios que traerá para nuestra economía y los trabajadores el generoso aumento proyectado por el gobierno nacional previamente pactado con los empresarios, y a las centrales obreras, cada vez más caricaturescas por causa de su raquitismo, denunciando los abusos patronales y el inequitativo incremento concedido por el gobierno nacional.

A pesar de su aparente inutilidad, este enfrentamiento entre los mundos del trabajo y del capital permite establecer una diferencia entre las posibilidades de una sociedad democrática y cualquier otra regida por una forma distinta de gobierno. Todas las formas de organización política son de suyo injustas y sus estructuras de dominación hacen que sean muy pocos quienes decidan la suerte de muchos. No obstante, las democracias dan la oportunidad de mirar al poder a los ojos y desafiar sus designios. Puede que la pelea, por desigual, casi siempre termine en derrota, pero al permitir el simulacro de la confrontación se ponen sobre el tapete los antagonismos necesarios para pensar y recrear alternativas de cambio.

Esto es lo que hace mejor a la democracia y lo que me lleva a adherir a ésta de forma incondicional. También pareciera ser la manera como la literatura de Vargas Llosa expresa su defensa de la libertad, lo que la academia sueca premió en su obra: “por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”.

viernes, 8 de octubre de 2010

EN FUERA DE LUGAR



En Bolivia, el pasado fin de semana el Movimiento Sin Miedo (MSM) y el Movimiento al Socialismo (MAS), quisieron limar asperezas en un partido de fútbol. Los primeros, en cabeza del hoy alcalde de La Paz, Luis Rivilla, rompieron con el presidente Evo Morales y la coalición de gobierno, entrado el 2010, por cuenta de la campaña de estos últimos para eliminar con demandas judiciales a gobernadores y alcaldes opositores.

Muy a pesar de las buenas intenciones, el esperado encuentro no trajo la concordia. Pasados cinco minutos del primer tiempo el presidente de la República de Bolivia se salió de casillas ante la infracción de un rival y, a la primera desatención del árbitro, tomó la justicia por mano propia encajando un fuerte rodillazo en la entrepierna de su agresor. De esta manera las diferencias no solamente no se limaron, sino que todos quedaron con el sin sabor de ver a la máxima autoridad de los bolivianos recurriendo a prácticas antideportivas, con el agravante de ver que éstas quedaron en la total impunidad.

Se dirá que así es el futbol y que poco o nada importan los títulos y las dignidades de los jugadores a la hora de hacer respetar su divisa. Nada más cierto. Por esta razón su actitud en la cancha no es realmente censurable y quien haya jugado fútbol puede dar razón de esto. En este caso más valía defender la camiseta del MAS que procurar un acercamiento con sus ex aliados. Sin embargo, aunque desde su masificación el fútbol y la política han sido amigos inseparables, el problema de “El Evo” es no haber entendido –entre muchas otras cosas- que en el ejercicio del poder político el deporte es simplemente un medio, nunca un fin.

Lo que es impresentable es que el Presidente se sitúe fuera de lugar.

Los príncipes de todos los pelambres deben su autoridad no solamente a la titularidad de la misma. Para detentar el poder y ejercerlo con eficiencia es también necesario provocar en los gobernados la imagen de lo que éstos desean hallar en él. Bien recomendaba Maquiavelo que, “por encima de todo, el príncipe debe ingeniarse por parecer grande e ilustre en cada uno de sus actos”, cosa que refrendaría cuatro siglos más tarde Groucho Marx al asegurar que “el secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio... si puedes simular eso, lo has conseguido”.

En busca de lo anterior los regímenes políticos se han apoyado en el fútbol para explotar simbólicamente el simulacro de una vida en común, en el que es posible condensar, en vivo y en directo, el cuerpo de la nación. Se recurre políticamente al fútbol, pero desde la galería, desde donde se pueden exaltar los valores deportivos sin derramar una gota sudor. Esta es una de las facetas del ejercicio del poder: la de exhibir.

La otra es la faceta que debe mantenerse oculta, la de la acción puramente instrumental. En ésta insultar al adversario, escupirlo, tocarle los testículos, halarle la camiseta o golpearlo en estado de indefensión, son, en el fútbol y en la política simples medios para alcanzar un fin determinado. Por esta razón a “El Evo” lo cogieron en fuera de lugar, por pretender sacar réditos políticos de un partido de fútbol sometiéndose a las reglas y conducta propias del mismo, revelando aquello que todos somos o podemos llegar ser, pero en lo cual nadie quiere verse reflejado.

jueves, 7 de octubre de 2010

INSTINTO DE SUPERVIVENCIA

La supervivencia, y el instinto que le subyace, son el motor de la acción en el reino animal. En los humanos, a pesar de su domesticación, este instinto pareciera prevalecer, ser irreductible. Pero solo pareciera si nos atenemos a las cifras de accidentalidad vial y a las noticias de borrachines causando estragos detrás del volante. A pesar de la vanidad humana y la cacareada superioridad del hombre sobre la bestia, la realidad se obstina en demostrar que en Colombia los conductores desarrollan este instinto en menor medida que un animal cualquiera.

No es un problema exclusivo de los colombianos, por supuesto. El irrespeto a las normas de tránsito y la incomprensión de los riesgos que esto supone es un problema global. En todos los países del mundo hay muertos por accidentes de tránsito y casi todos los casos son producto de la imprudencia o la estupidez de los conductores. Sin embargo, las cifras muestran que en nuestro país, siempre en competencia con Bolivia, Ecuador y Perú, las cosas son mucho peores. Las cifras del Fondo de Prevención Vial –viejísimas, por demás- son reveladoras: mientras que en el año 2005 en Alemania hubo 1 muerto en accidentes de tránsito por cada 10 mil vehículos y en Uruguay 1.1, en Colombia esa cifra de fue de 11.9, en Bolivia 16,7 y en Perú 41,5. Del mismo modo, el Instituto de Medicina Legal reportó que, en 2008, aproximadamente el 50% de los accidentes de tránsito en los cuales hubo muertos fueron provocados por conductores ebrios.

La desaprensión frente a reglas tan elementales como las de tránsito son sintomáticas de una dislocación mayor. Como bien señalara Mockus, la distancia entre la ley, la moral y la cultura, no permite reconocernos en marcos de acción comunes. No solo en la conducción, sino en cualquier actividad que obligue el reconocimiento de la alteridad, la agencia de los colombianos no se somete a principios orientadores que permitan el disfrute de la libertad en términos de equivalencia. El irrespeto por el peatón, por la vida de los demás conductores y por la de los conductores mismos, pone de presente que no se actúa pensado en términos de comunidad, ni mucho menos de sociedad, lo que deriva en un individualismo selectivo y depredador, en el cual la autodeterminación nos hace libres pero para afectar a los demás.

Los muertos en los accidentes y el lloriqueo de los infractores recuerdan a diario que la anomia generalizada y la imposibilidad de interiorizar los mecanismos de coordinación social propios del mundo moderno, entre ellos el imperio de la ley, hace de los colombianos individuos tremendamente vulnerables. En los animales el instinto de supervivencia está siempre presente. Frente a una circunstancia de riesgo hay solo dos alternativas: la vida o la muerte. Si se sobrevive, el aprendizaje es para toda la vida. En los colombianos, por el contrario, la libertad de llevar al límite sus impulsos no encuentra barrera ni en el aprendizaje individual, ni mucho menos en la protección que brinda la legalidad instituida. Esta es una de las tantas paradojas de nuestro difícil ingreso a la modernidad. Por un lado, neutralizamos los instintos que aún nos ligan con el resto del reino animal, pero a cambio de eso no apropiamos las prácticas y las mentalidades de la civilización que son, en últmas, las herramientas necesarias para sortear los avatares de vivir el mundo de la libertad sin mayores contratiempos.

jueves, 2 de septiembre de 2010

MIEDOCRACIA (II)

Los procesos democráticos en Colombia, como lo señalé en la anterior entrada, se valoran comúnmente desde la Miedocracia. Por esta razón no es extraño que, en ejercicio pleno de su ciudadanía, los colombianos se identifiquen mayoritariamente con los discursos y las vías de acción autoritaria. El rechazo a la dominación, a partir de la reivindicación de la virtud ciudadana, definitorias de las instituciones republicanas y, por tanto, de las democracias modernas, no parecen desvelar a nadie. El desprecio por el Congreso y los partidos políticos lo evidencian. Una nueva mirada al Latinobarometro 2009 muestra que para el 57% de los encuestados los partidos políticos no son necesarios; para solo el 38% la democracia necesita de Congreso; y, a pesar de ello, el 73% considera que el mejor sistema de gobierno es el democrático.

El rechazo al parlamento y los partidos políticos no es infundado. Salvo contadas excepciones, la clase política colombiana es pestilente y procesos como el de la parapolítica así lo confirman. Sin embargo, pensar la democracia sin estas instituciones, en el marco de una sociedad apática a la participación en escenarios no electorales, deriva en bonapartismo puro y duro, o dicho en términos de la Ciencia Política, en una Democracia Delegativa, cuya principal característica -según O'Donnell- es que “el líder debe sanar a la nación mediante la unión de sus fragmentos dispersos en un todo armonioso. Dado que existe confusión en la organización política, y que las voces existentes sólo reproducen su fragmentación, la delegación incluye el derecho —y el deber— de administrar las desagradables medicinas que restaurarán la salud de la nación”. Es decir, una democracia de hombres fuertes que no sometan su autoridad a poderes adyacentes y que generen transformaciones que no atiendan sino a los intereses de la nación que, encarnada en el líder elegido, se convierten en los que éste entiende como prioritarios.

Por esto no es extraño que, como arrojó la encuesta de NTN24, la dictadura de Pinochet sea vista con buenos ojos. Frente al desmadre de nuestro país, se insiste a diario que bien vendría la figura de un dictador para poner la casa en orden. No obstante, tomar como un modelo de gobierno ejemplar la dictadura militar chilena se debe a un error inductivo, sacando conclusiones de carácter general a partir de un caso especifico, bajo el siguiente razonamiento: si la dictadura de Pinochet fue buena, necesariamente las dictaduras son buenas. Nada más falso. Chile logró un nivel importante de estabilidad y una mejora sustancial en el bienestar de sus habitantes durante el periodo de la dictadura, pero este es un caso de excepción.

Si se mide el bienestar de las sociedades en relación con la naturaleza del régimen político, la democracia le lleva una ventaja grande a los regímenes autoritarios. Una comparación del Informe de Desarrollo Humano 2007 – 2008, con el Democracy Index 2007 publicado por la revista The Economist, pone de presente que de los diez países con más bajos Índices de Desarrollo Humano, es decir, aquellos con menor esperanza de vida, menores niveles de alfabetización y una vida menos digna (medida por el PIB per cápita), ocho se encuentran ubicados dentro de los regímenes considerados como autoritarios en el Democracy Index, cuya medición se basa en: la transparencia de los procesos electorales y el pluralismo, la prevalencia de las libertades civiles y los derechos humanos, el buen funcionamiento del gobierno y su respeto por los valores democráticos, los niveles de participación y de movilización social, así como la legitimidad del sistema desde la valoración de su cultura política. Si las democracias son corruptas, excluyentes e inequitativas, de lo anterior se desprende que los regímenes autoritarios lo son aún más.

Sin embargo, a pesar de la evidencia, la tentación autoritaria sigue ahí, acechándonos, liberándonos del tortuoso ejercicio de la ciudadanía y poniendo a los colombianos a pensar en los torrentes de leche y miel que solo los grandes caudillos proveerán aún si esto supone la negación de la libertad, la imposibilidad de construir entre todos un orden social deseado y grandes probabilidades de que el remedio sea peor que enfermedad.

jueves, 19 de agosto de 2010

MIEDOCRACIA (I)

El ejercicio del poder político se apoya en imágenes de terror que dan vida a los antagonismos constituyentes de la realidad social, a aquellos opuestos irreconciliables que nos permiten reconocer el orden deseado y a quienes suponen un obstáculo para su materialización. En democracia estas representaciones del mal se renuevan de cuando en cuando con la exacerbación de los miedos y los instintos de supervivencia más primarios para movilizar intereses electorales desde la instrumentación de la Miedocracia. Dan fe de ello los huevitos del presidente Uribe y el miedo a que el mal vecino o “la culebra moribunda” se los tragaran.

En nuestro país, sin embargo, la Miedocracia se despliega no solamente en la práctica electoral. También está presente en el miedo a la democracia y a su consolidación como orden social y político deseable. A juzgar por la manera restringida como se entiende el ejercicio democrático y el pánico que genera la posibilidad de alternativas al estado de cosas imperante, se podría afirmar que la democracia electoral, antes que sustentar un ethos y una concepción amplia de la misma, ha reforzado los prejuicios frente a la diferencia y ha servido como legitimador de mentalidades y prácticas no democráticas que comúnmente son asumidas como tales.

Nada nuevo. A esta demanda acudieron las distintas oposiciones políticas desde el frente nacional hasta nuestros días y fue, en parte, aquello que motivó la lógica participativa que sirvió de base a la Constitución Política de 1991. Sin embargo, pasados casi veinte años de la expedición de esta carta política y viviendo, como se repite todos los días, en una vibrante democracia que es, además, la más antigua y prolongada del continente, nada parece haber cambiado. Esta semana me topé con dos encuestas que, lamentablemente, parecen confirmarlo. La primera es el informe anual del Latinobarometro para el año 2009. La segunda, una encuesta del canal NTN24.

Con ocasión del golpe de Estado contra el presidente Zelaya, el Latinobarometro preguntó ¿cuán democrático es Honduras? calificándolo en una escala de 1 a 10. En Colombia la encuesta arrojó en promedio 7.1, es decir que, luego de una toma militar del poder político la mayoría de los colombianos encuestados cree que Honduras estaría a tan solo tres puntos de convertirse en la democracia perfecta. No sobra decir que fue la calificación más alta en todo el continente. Por su parte, el canal de noticias NTN24 preguntó a los cibernautas si ¿cree usted que la dictadura de Augusto Pinochet ayudo al progreso que hoy en día disfrutan los chilenos? La respuesta mayoritaria fue un sí, con el 70%.

Estos resultados bien reflejan lo que muchos colombianos entienden por democracia y la opacidad de los lentes con los que estos validan los procesos llamados democráticos. Explican, por ejemplo, por qué la mayoría de los votantes en los últimos ocho años se embelesaron con propuestas poco democráticas o autoritarias como las de Uribe y Mockus, y como la democracia electoral sirvió como legitimador de plataformas políticas que negaban de tajo principios democráticos como la pluralidad, la diferencia y la alteridad. Los colombianos se jactan de su democracia, pero ni la entienden, ni la practican. Se vanaglorian de unas definiciones legales que proyectan instituciones políticas dentro de los más elevados preceptos republicanos, pero ante una divergencia mínima no dudarían en recurrir a la arbitrariedad y el abuso de poder. El miedo parece estar presente en todos las instancias de la vida social y política, y la única respuesta posible pareciera ser el uso de democracia, para no vivir la democracia.

Ante esto solamente queda esperar que ojalá, algún día, la sociedad colombiana se embarque en la construcción de un proyecto colectivo en el que la democracia y sus dispositivos se conviertan en el mecanismo de coordinación prevalente y sea posible vivir la democracia. Quizá entonces se le pierda el miedo y sea posible considerarla como una herramienta posible para la transformación social y, por que no, la conjura contra el atavismo, antes que un mal necesario.

viernes, 13 de agosto de 2010

EL GOBIERNO DEL "BUEN GOBIERNO”

En su Manifiesto de campaña y en los discursos de Juan Manuel Santos se deja claro que su mandato será el del Buen Gobierno –BG-. Este cambio no le viene mal a una administración y ni a unos funcionarios que en los últimos ocho años se acoplaron tan cómodamente a la arbitrariedad y el personalismo tan propios del uribato. La sola mención al BG es ya un respiro de aire fresco frente a lo hecho por su antecesor, aunque claro, no hay que perder de vista que estos conceptos se vacían con rapidez y pierden entidad una vez los gobiernos se enfrentan a la inercia propia de lo público estatal.

En este caso, la idea del BG es importante porque unifica el discurso del nuevo presidente y, por tanto, da sentido a su programa. En primer lugar, define los límites de la relación Estado-sociedad y, en segundo lugar, identifica el ethos requerido por los funcionarios y los hacedores de políticas para la puesta en marcha de un nuevo orden deseable. Dan cuenta de ello las 17 menciones que se hace al BG en su Manifiesto que se engloban en tres aspectos de la acción pública, como son, las ideas, las prácticas y las mentalidades. Desde las ideas se entiende como una filosofía y un enfoque social; desde las prácticas, es asumido como una forma de modernizar el Estado partiendo de la eficiencia, la eficacia y la transparencia en el manejo de los recursos públicos; y desde las mentalidades, propone una transformación cultural que promueva el trabajo en equipo, la innovación, el conocimiento y la sostenibilidad.

Una primera consideración que se desprende de esta nueva lógica, es la expresión de una ruptura con las propuestas de reforma del Estado adelantadas por los gobiernos que lo antecedieron desde 1990, ya que transita de las reformas de “primera generación” a las reformas de “segunda generación”. Esto significa, palabras más palabras menos, que lo importante es propender por la cualificación funcional del Estado a partir de la transformación de las prácticas y las mentalidades de sus actores, superando de una vez por todas la etapa de rediseño institucional y redefinición de las fronteras de la acción estatal donde, a partir de la descentralización, la racionalización y la desregulación, se sustituyó el Estado por el mercado y se estableció un nuevo esquema de división social del trabajo y de la actividad económica. Es ir, como diría Oszlak, de “menor a mejor”.

Una segunda consideración sobre la propuesta de BG es que ésta se ajusta, unas veces más otras menos, a los estándares internacionales contemplados como criterios para evaluar al Buen Gobierno o la buena Gobernanza. De acuerdo con el PNUD se requiere que la acción gubernamental tenga como principios orientadores: la participación, la legalidad, transparencia, la responsabilidad, el consenso, la equidad, la eficacia y eficiencia, y la sensibilidad, todos ellos presentes en el documento mencionado.

Sin embargo, aunque en conjunto los elementos señalados son importantes para alcanzar la meta del BG, hay uno más importante que los otros: el de la participación. De acuerdo con Rosa Nonell, bajo “el término buen gobierno se incluyen aquellos principios, actitudes, conductas y actuaciones de los distintos gobiernos y organizaciones públicas que permiten implicar más a los ciudadanos en el devenir de la sociedad”, es decir, que el BG no lo es tal si no logra la intervención activa de la sociedad civil organizada.

Esto significa que, aunque la instrumentalización de criterios gerenciales a la administración pública es necesaria, ésta no agota la idea del BG. En este aspecto el programa del presidente Santos se ha quedado corto. La participación se menciona, por supuesto, pero solamente una vez en el punto 95 del programa, en lo atinente a la institucionalidad local y regional y su vinculación con lo ambiental, pero no, como era de esperarse, como un principio transversal y orientador de las trasformaciones propuestas.

Esta reforma se diferencia de los programas de sus antecesores, no hay duda. Estos, así no hayan actuado en consecuencia, por lo menos consideraron como elemento axial de la acción pública la participación ciudadana. Se confirma así que la deliberación y la promoción de prácticas democráticas en la definición de los problemas públicos y las necesidades socialmente relevantes no hacen parte de los marcos cognitivos de los tecnócratas locales. Ni siquiera en la implementación de un enfoque tan plural como el del Buen Gobierno la participación y la deliberación pública se asumen como prioritarias.

Por suerte esto apenas comienza. Queda esperar, entonces, que el presidente y sus funcionarios rectifiquen el rumbo y promuevan el Buen Gobierno en sentido amplio. De lo contrario esta será una propuesta más, un  simple eslogan de campaña carente de toda sustancia.